Por Ernesto Marrero R.
Los
personajes de los mitos son Seres Sobrenaturales. Se les conoce sobre todo por
lo que han hecho en el tiempo prestigioso de los «comienzos». Los mitos
revelan, pues, la actividad creadora y desvelan la sacralidad (o simplemente la
«sobre-naturalidad») de sus obras. En suma, los mitos describen las diversas, y
a veces dramáticas, irrupciones de lo sagrado (o de lo «sobrenatural») en el
mundo. Es esta irrupción de lo sagrado la que fundamenta realmente el mundo y
la que le hace tal y como es hoy día. Más aún: el hombre es lo que es hoy, un
ser mortal, sexuado y cultural, a consecuencia de las intervenciones de los
seres sobrenaturales.
Mircea
Eliade.
En los tiempos
primitivos, el ser humano vivía a merced de los embates de la naturaleza. Si no
llovía, perdía los cultivos, una lluvia excesiva podía causar inundaciones y
desbordamiento de ríos que terminaban por destruir cosechas. La erupción de un
volcán tenía un riesgo muy alto, porque un manto de lava podía arrasar un
pueblo completo. Un rayo tenía el poder de causar un incendio o de aniquilar un
grupo de personas. La fuerza de un terremoto o de un maremoto sepultaría a una
población. En sí, la naturaleza resultaba misteriosa, traicionera y muy
peligrosa.
La muerte, era el trasfondo más
atemorizante de todas estas catástrofes. El haber compartido con alguien por
muchos años o haber estado con esa persona minutos antes y no volverla a ver más,
causaba muchas inquietudes: ¿qué pasaba con ella?, ¿a dónde se iba aquella
conciencia o energía que le daba movimiento a un cuerpo, y que además tenía
emociones y creaba vínculos afectivos con otras personas?, ¿había vida después
de esta existencia?, ¿los volveremos a ver en algún momento?
Ante
esta inevitable fatalidad se derivaban otras interrogantes: ¿quién nos creó?,
¿quién creó el universo y la Tierra?, ¿qué sentido tiene esta vida temporal con
un comienzo y un final inexorable?
Estos
antojos de la madre naturaleza, que a veces se mostraba espléndida y dadivosa, pero
en otro momento radical y castigadora, debían estar manejados por cierto tipo
de divinidades, seres invisibles o sobrenaturales que podían hallarse contentos
o molestos con la humanidad. Seres que surgieron de la imaginación y de los
sueños más profundos de sus primeros relatores, imágenes inconscientes que
fueron tomando forma. Era una manera de aplacar esos miedos que habitan en
nuestra interioridad.
Para garantizar los
buenos favores de estas deidades, debían realizarles sacrificios y ofrendas. Por
otro lado, debían comunicarse con ellos y conocer sus estados de humor, así se
fueron creando los oráculos o sistemas de comunicación entre el mundo profano y
el mundo sagrado.
Sobre
esos seres sobrenaturales se fueron labrando diversas historias que se transmitieron
de generación en generación de forma oral. De hecho, la palabra mito proviene
del griego Mythos, que quiere decir “cuento
o relato”. Es un término que se refiere a una narración maravillosa ubicada de
manera atemporal, y es protagonizada por seres sobrenaturales o de carácter
divino.
Debido a esta
proliferación de relatos podemos encontrar diversas versiones de un mismo mito,
según la región en que se encuentre. Ese imaginario narrativo se encargaba de
explicar el origen de los fenómenos naturales, pero también creaban códigos
morales o de conducta que ayudaban a sustentar las sociedades. Se puede afirmar,
por lo tanto, que la influencia histórico-cultural de los mitos ha sido tan
grande que ha servido como ente modelador de muchos pueblos de la antigüedad. Ya
que estos poseen, en sí mismos, una energía creadora, y al tener un fundamento
ético e instructivo se tomaron como una especie de patrón social.
Podemos decir entonces
que el mito es el resultado de los esfuerzos de una humanidad primigenia para
formalizar, como en un todo coherente, un sentido determinado que ayudará a
cohesionar y armonizar los vínculos de las sociedades. Si bien es cierto que el
mito nace para dar respuestas a lo que son las cosas y sobre la naturaleza del
ser humano, el llamado “paso del mito al logos”, que se dio por el siglo VI
a.C., fue un suceso vital para darle una preponderancia a la razón y buscar una
respuesta más lógica a la fenomenología que rodea nuestra existencia, pasando
así del pensamiento mítico al pensamiento científico. Pensadores como Tales de Mileto, Anaximenes,
Anaximandro, Pítagoras, Heráclito y Empedócles, entre otros, dieron inicio a
este giro epistemológico o giro copernicano[1].
Se dice que de la interrogante de Tales de Mileto sobre ¿cuál es el principio
del que han salido todas las cosas?, se halla el inicio de la filosofía y las
ciencias occidentales.
No obstante, el mito
jamás perdió su fuerza y continuó permeándose en diversos aspectos de la
estructura social, así como en las áreas de saber, por eso podemos encontrarlo en
la poesía, el cuento y la novela, en la pintura, la escultura, la arquitectura,
el teatro, el cine, la música, la filosofía y las ciencias.
De
la misma manera, el mito penetró en nuestro lenguaje, en especial el mito
griego o su derivación en el romano, así podemos encontrar muchas palabras y
expresiones derivadas de estos. Por ejemplo, llamar “caja de Pandora” a una
situación llena de sorpresas; “cantos de sirenas” a un discurso que seduce,
pero es engañoso; “obsequio griego” a la sospechosa ofrenda de un rival, un
“talón de Aquiles” al punto débil de una persona; “quedarse de piedra” cuando alguien
se queda quieto y no actúa; “hacerse eco”, cuando se acepta o apoya la difusión
de un asunto. “Tener vista de
lince", a una persona con una visión prodigiosa. Podríamos pensar que
esta expresión proviene de los
característicos ojos de este animal, familia de los félidos, y aunque tienen alguna
relación, procede realmente de Linceo, uno de los
argonautas que acompañó a Jasón en la búsqueda del vellocino de oro y en la cacería
del jabalí de Calidón, se dice que su vista era tan poderosa que podía ver a
través de los objetos.
De los nombres de
diferentes personajes mitológicos griegos y romanos han quedado palabras o se
han derivado otras. Así podemos ver que del dios Cronos se derivan palabras
como cronología, cronómetro, cronológico o cronometraje; de la diosa Gea:
geología, geografía, geológico o geogonía.
La
palabra hercúleo proviene del semidiós Hércules; afrodisiaco, proviene de la
diosa Afrodita; titánico, de los Titanes; ciclópeo, de los Ciclopes; apolíneo,
del dios Apolo; ateneo, de la diosa Atenea; hermafrodita, viene de la unión de
los dioses Hermes y Afrodita; hermético, del dios Hermes; Morfina, del dios
Morfeo; fauna, de la diosa de la fertilidad romana Fauna; Cereal, se origina de
Ceres, diosa romana del trigo y de la agricultura; volcán, del dios Vulcano;
pánico viene del dios Pan que acostumbraba a hacer apariciones repentinas en
las noches y esto causaba terror o daba pánico. Estentóreo, alude a una persona
que posee voz con volumen alto, y proviene del guerrero de la Ilíada Esténtor,
que podía gritar con la fuerza de cincuenta hombres. Atlas, refiriéndonos a una
colección sistemática de mapas de diversa índole, se deriva del titán Atlas que
sostenía la bóveda celeste sobre sus hombros. A una gran masa de agua salada,
la llamamos como el titán Océano y a una travesía llena de escollos le decimos
odisea, que se deriva del héroe Odiseo.
También
encontramos cómo los nombres de los planetas de nuestro sistema solar surgen de
los dioses romanos: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno,
Plutón (hoy considerado un nanoplaneta) y nuestro planeta Tierra proviene de la
diosa Terra.
Los días de la semana también tienen
una correlación con los dioses romanos, el lunes se toma de la diosa luna, el
martes del dios Marte, el miércoles de Mercurio, el jueves de Júpiter, el
viernes de Venus, el sábado de Saturno. El caso del domingo es más complejo,
proviene del latín dies Dominica (día
del Señor), debido a la celebración de la resurrección de Jesús. En la Roma
antigua se le llamaba dies solis (día
del dios Sol), y por este motivo, al domingo se le llama en ingles Sunday.
También al voltear al
cielo podemos contemplar la constelación de Orión, la de Centauro, la de Perseo,
Andrómeda y Casiopea, seres mitológicos de gran relevancia.
En
este mismo orden de ideas, tenemos que la palabra “tanatología” es definida por
la Real Academia Española como “conjunto de conocimientos médicos relativos a
la muerte”; proviene del dios Tánatos, que en la mitología griega era
considerado el dios de la muerte sin violencia, su imagen era representada
normalmente como un hombre con barba y alas, aunque a veces aparecía sin barba.
Era enviado por las Moiras (el destino) para llevarse suavemente a las
personas, también era hermano de Hipnos, dios de los sueños. En el caso de las
muertes drásticas o violentas aparecían las Keres, que eran espíritus o
deidades femeninas, aunque en algunos textos se habla de la diosa Ker.
Si
aplicamos el principio de las palabras y el dios del que se derivan, pudiéramos
decir que el término “tanatología” debería ser aplicado a las muertes de las
personas convalecientes o aquellas que mueren de forma natural. En el caso de
las muertes violentas, ya sea en guerras, accidentes, crímenes o suicidios,
pudiéramos hablar de la kereología o
kerelogía. Una propuesta que debería
ser tomada en cuenta por la R.A.E. como ampliación de nuestro lenguaje.
En
este sentido, la palabra “tanatología” aplicaría para las terapias de duelo o en
el acompañamiento de los moribundos, es decir, muertes suaves y no violentas.
Por otro lado, la palabra kereología o
kerelogía estaría más vinculada a la
rama de la medicina forense y la criminalística, o sea de las muertes
violentas.
Aclara
Levi-Strauss, que siempre los mitos pertenecen al mundo del lenguaje, pero se
hallan por encima de este, es decir, que su naturaleza es más compleja que la
expresión lingüística y exigen un tipo de código más específico para ser
interpretados. En otras palabras, nos encontramos frente a un metalenguaje que
estaría propicio a diversos análisis o conclusiones.
En su opinión, el mito
trata los sucesos ocurridos antes de la existencia del mundo, durante los
inicios de la creación, en tiempos muy remotos. Pero también posee una
estructura que se vincula simultáneamente al pasado, al presente y al futuro.
Dicha estructura es a la vez histórica y ahistórica, ya que ocurre dentro de la
línea del tiempo, pero también fuera de este.
Mircea
Eliade ahonda en la definición de mito en su libro Mito y realidad, y nos explica que:
“el mito cuenta una historia
sagrada, relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial,
el tiempo fabuloso de los «comienzos». Dicho de otro modo: (…) cuenta cómo,
gracias a las hazañas de los Seres Sobrenaturales, una realidad ha venido a la
existencia, sea esta la realidad total, el cosmos o solamente un fragmento: una
isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una institución. Es pues,
siempre el relato de una «creación»: se narra como algo ha sido producido, ha
comenzado a ser[2]”.
En
ese mismo texto, Eliade nos habla de las principales características que distinguen
al mito. Al respecto nos dice que está conformado por las historias de las
acciones de los seres sobrenaturales, de divinidades que rigen el orden natural
y el destino de la humanidad. Dichas historias son consideradas una verdad
irrefutable, ellas se refieren a la explicación de sucesos reales, son también
sagradas porque son una manifestación de las deidades. Por otro lado, el mito
se refiere a una «creación», en él se narra cómo algo ha llegado a existir o
cómo un comportamiento, una institución o una manera de trabajar se han
fundado.
También explica este
autor que en el momento en que se conoce la esencia del mito, se entiende el
origen de las cosas y, por lo tanto, se logra un dominio voluntario. Además, estos
relatos fabulosos son vividos como bajo la dominación o influencia de una
potencia sagrada o divinidad que reactualiza los acontecimientos. Es toda una
experiencia de tipo religioso, puesto que en ella se abre la puerta del mundo
sagrado al mundo de los mortales.
En sí, podemos aseverar
que el mito es un suceso que construye realidades y brinda una explicación que
le da un sentido a la vida. Su estudio facilita la comprensión de la cultura y
de la psicología de los pueblos.
Explica Carl Jung que cada
individuo lleva impreso en su inconsciente, como una marca, las huellas de los
mitos fundacionales, los cuales poseen un carácter transcultural, a partir de esta
experiencia primigenia compartida. Dichos relatos mágicos brindan un sentido
ontológico que viene a ser el fundamento de la humanidad.
Según Jung, esta
experiencia común que se manifiesta en colectividad forma parte de los llamados
arquetipos, que habitan en el “inconsciente colectivo” y se transmiten de
manera hereditaria. También aclara que este inconsciente no se desarrolla de
manera individual y consta de estas estructuras arquetipales, las cuales
pudieran hacerse consientes solo de manera secundaria o indirecta para dar
forma definidas a los diversos contenidos psíquicos.
A pesar de su diversidad
temática, los mitos pueden ser tipificados o clasificados en diversas
categorías. No obstante, cabe resaltar que su taxonomía no es restrictiva ni
definitiva, pero sí es una opción para darle un orden a este tipo de
narraciones mágico-fabulosas.
En este sentido, los
mitos pudieran ser cosmogónicos, si se refieren a la creación del universo y el
mundo; teogónicos, si explican el surgimiento y la genealogía de los dioses;
etiológicos, cuando narran el origen de algo, ya sea el universo, el mundo, un
ser sobrenatural, un objeto o un animal; morales, si relatan el porqué del bien
o del mal; fundacionales, cuando explican el origen de un rito, polis o nación,
aunque también se pueden referir a una costumbre, creencia o disciplina; los
antropogónicos, proveniente de la antropogonía, y se refiere al estudio de los
mitos que cuentan la aparición del ser humano; escatológicos, si están
vinculados con la idea del fin del mundo o con el fin último del ser humano y
el universo (muerte, juicio final, el infierno y la gloria o el cielo, el
Olimpo), normalmente se describen finales catastróficos por agua o fuego;
soteriológicos, si se refieren a las intervenciones de aquellos personalidades
consideradas “salvadoras” de la humanidad, como es el caso de Jesucristo, Buda,
Mahoma, Zoroastro, etc., y heroicos cuando cuentan las aventuras y hazañas
realizadas por hombres poseedores de capacidades sobrenaturales como Hércules,
Sansón, Teseo, Odiseo, Jasón o Perseo, entre otros.
Nuestra
vida suele transcurrir entre dioses y mortales, entre el mundo sagrado y el
profano. A veces se nos presentan héroes o heroínas que van a inspirar nuestra
existencia y otras veces nos encontramos entre Escila y Caribdis[3],
o sea, entre la espada y la pared, para obligarnos a actuar con heroísmo. Pero
después de superar estas vicisitudes nos sentimos más ligeros y con una energía
más sutil que nos permite hacerles frente a desafíos superiores. Esta es la
transformación del héroe que se conecta con sus fuerzas interiores, el que bebe
del elixir de la autotrascendencia, aquel que palpa el mundo sagrado como
consecuencia del dolor, y regresa al mundo profano transformado y dispuesto a
tender su mano a los demás.
Este
tipo de viaje heroico lo define el mitólogo Joseph Campbell como el periplo del
héroe, monomito o mito único en su libro El
héroe de las mil caras, donde agrupa en diecisiete pasos el modelo básico
de muchos relatos épicos de todo el mundo. En dichos relatos el héroe se lanza
a una aventura desde su mundo estable y cotidiano a regiones sobrenaturales,
donde va a toparse con fuerzas legendarias que lo llevan a descender hasta regiones
oscuras. Allí es obligado a encontrarse consigo mismo, a ver su rostro desnudo
y destapar el heroísmo que habita en su interior. De esta experiencia intensa y
misteriosa regresa transformado, con una fuerza interior que lo mueve a
alcanzar sus objetivos y que además le otorga la capacidad de encontrarle un
sentido profundo a su vida.
Esta
propuesta de Campbell, es tomada por la psicología para realizar una analogía
entre este peregrinaje del héroe y los cambios que nos propina nuestras vidas,
con los cuales estamos obligados a emprender duras travesías repletas de tropiezos
que nos mueven el suelo y terminan por alejarnos de las zonas de confort. El
héroe surge al confrontar las adversidades y superarlas, soportando el dolor y
aprendiendo de este. Aunque muchas personas optan por evadirlo y prefieren una
mentira alegre que una triste realidad, son sujetos que crean máscaras y
ocultan sus verdaderos rostros; se encierran en falsas burbujas y aparentan una
sonrisa santa ante los demás cuando en realidad se están quemando por dentro.
Algunos, por ejemplo, se cubren con el manto de las religiones y las falsas
creencias, pregonan el perdón y la caridad cuando por dentro arden en el
resentimiento y el egoísmo, sus máscaras se derriten fácilmente cuando les pega
el sol. Son fariseos que entran a los templos a orar y al salir abrazan
nuevamente a sus demonios. Así como sucede en estos casos, surgen miles de
máscaras más donde el ego puede ocultarse y evadir el duro combate con sus
monstruos mentales. Estos individuos se quedan estancados en el proceso de
transformación y autotrascendencia y el héroe nunca logra surgir en ellos.
Cabe resaltar que del estudio de
Campbell han surgido otras versiones que han reducido el número de pasos a
seguir por el héroe en su viaje, aunque mantienen su esencia. En el caso del
cineasta Cristopher Vogler, lo llevó a doce pasos en su libro The writer’s Journey: Mythic Struture for
Writers (El viaje del escritor: Las
estructuras míticas para escritores). El estadounidense Phil Cousineau en
su libro The Hero’s Journey (El viaje del héroe), lo divide en ocho
pasos, al igual que lo hizo David Adams Leeming en su libro Mythology: The Voyage of the Hero (Mitología: El viaje del héroe).
Este viaje heroico también es analizado por Carl Jung, bajo una óptica más incorporada a su propuesta psicoanalítica. Recordemos que Joseph Campbell y Jung pertenecieron al prestigioso Círculo de Eranos, al igual que lo hizo Mircea Eliade. Un espacio donde se realizaron valiosos aportes en el área de la psicología, las religiones y el estudio de los mitos.
Para Jung, el mito del héroe narra simbólicamente la búsqueda del sentido por parte de nuestro yo, el cual permitirá conducir a la libido hacia esferas más elevadas. En esta trayectoria, el individuo debe atravesar por una serie de etapas o pruebas, en las que deberá confrontar e iluminar sus sombras, hacerse consciente e integrar su opuesto (anima/animus), para luego regresar de ese peregrinaje regenerado o iniciado. Se puede interpretar como la lucha de la vida por un sentido profundo, por el cambio de rumbo de una visión egocéntrica hacia algo más grande que el yo: el self o sí-mismo. En sí, al finalizar este periplo el héroe llegará con un estado de conciencia más elevado, en el que el patrón de vida y los ideales cambiarían sustancialmente.
Al respecto del presente
ensayo, podemos concluir que el mito surgió como una forma de explicar lo que
nos rodea, de encontrarle un sentido a la vida y a la muerte, ya que el ser
humano siempre ha tenido una necesidad intrínseca de entender los fenómenos que
circundan su existencia. Además de haber ayudado a construir nuestras
sociedades, el mito ha penetrado en estas influyendo en su cultura, el lenguaje
y en las diversas áreas del saber cómo la filosofía, la psicología, la poesía,
la literatura, la arquitectura, la pintura y el teatro, entre otras. De la
misma manera podemos decir que el viaje mítico o viaje del héroe, nos ayuda a
ser conscientes de la finitud de la vida y encontrarle un sentido más profundo
y trascedente. Es una invitación a confrontar nuestros monstruos mentales,
vencer los miedos y descubrir el héroe que se esconde en cada persona, ese que
siempre está dispuesto a emprender el mágico periplo: una trayectoria donde atravesaremos
claros y sombras que nos ayudarán a fortalecernos, a palpar la numinosidad[4]
de lo sagrado, donde está la fuente de conocimientos e inspiración, y retornar victoriosos al mundo profano de la
cotidianidad.
[1] La
RAE define un Giro copernicano como un cambio, radical o total, en el comportamiento
o en la manera de pensar.
[2] Eliade,
Mircea. Mito y Realidad. Barcelona:
Editorial Labor, S.A., 1992 p.2
[3] Escila y Caribdis
son los nombres de dos monstruos marinos a los que Odiseo tuvo que hacer frente
durante su travesía. Escapar a uno era caer en las fauces del otro. La
expresión “estar entre Escila y Caribdis” sería como estar “entre la espada y
la pared”.
[4] Perteneciente
o relativo al numen como manifestación de poderes divinos.
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