Frases

¿Cómo te gustaría que te sorprendiese la muerte? En lo que a mí respecta, yo quisiera que me sorprendiese ocupado en algo grande y generoso, en algo digno de un hombre y útil a los demás; no me importaría tampoco que me sorprendiese ocupado en corregirme y atento a mis deberes, con el objeto de poder levantar hacia el cielo mis manos puras y decir a los dioses: “He procurado no deshonraros ni descuidar aquellas facultades que me disteis para que pudiera conoceros y serviros. Éste es el uso que he hecho de mis sentidos y de mi inteligencia […]

Epicteto

viernes, 11 de mayo de 2012

Cuando las cadenas se rompen


Cuando las cadenas se rompen

En la primavera de 1909, un grupo de muchachos se bañaba alegremente en la playa de Adyar, cerca de Madrás, en la India, en donde se ubicaba la Sociedad Teosófica. Leadbeater, quien tenía un reconocido prestigio de poseer facultades psíquicas, logró visualizar que uno de ellos poseía un aura hermosa, de una extensión extraordinaria y vivos colores que, además, lograría ser con el tiempo, un prominente orador y un aclamado guía espiritual. Este chico era hijo de un viudo empobrecido que trabajaba para la sociedad como secretario asistente.
Jiddu Krishnamurti se llamaba este jovencito. Tenía catorce años de edad, de aspecto torpe y una contextura muy delgada, más bien parecía mostrar rasgos de desnutrición aunque internamente resplandecía con la luz de una conciencia superior.
A partir de ese momento entra al cuidado de la Sociedad Teosófica en las manos de la señora Annie Besant, quien lo toma casi como un hijo y le otorga una educación especial, primeramente en Adyar y más adelante en Inglaterra. Además de las materias normales, recibió profundos conocimientos teosóficos.
Leadbeater y Besant intuyeron, después de un tiempo, que Krishnamurti había nacido con el propósito de ser el vehículo elegido para la encarnación de Maitreya (el nuevo sucesor de Buda). Por lo tanto, decidieron formar una organización llamada la Orden de la Estrella del Este, cuya finalidad sería la de canalizar el advenimiento del gran avatar.
Todos esperaban con ansiedad que este supremo maestro viniera a guiar el camino espiritual de muchísimas personas, a través de un tipo de religión universal que unificara las diferencias existentes hasta ahora. En sí, que se encargara de iluminar las tinieblas mentales de la humanidad.
Todo se proyectaba según las expectativas creadas, hasta que en el año 1929 Krishnamurti pronunció un discurso inolvidable que le hizo mover el tapete a muchos, en especial, a aquéllos que anhelaban la llegada de un maestro que, con una varita mágica, pudiera limpiarles sus pecados y, además, llevarlos por el camino cómodo de la salvación final. Ese día disolvió la Orden de la Estrella del Este, y declaró que su único interés era hacer que los hombres y mujeres de este mundo alcanzaran una absoluta e incondicional libertad mental. Explicó que no quería pertenecer a clase alguna de organización espiritual, ya que ninguna de éstas era capaz de conducir al hombre a su verdadera liberación.
Un silencio sepulcral se generó dentro de los presentes; unos y otros comenzaron a verse las caras de asombro y es en ese momento cuando les aclara su postura con precisión: La verdad es una tierra sin caminos. No es posible acercarse a ella por medio de ninguna religión, de ninguna secta.
El aire continuaba estático y todos lo observaban desconcertados. Entonces Krishnamurti reafirmó con sabiduría: Tienen la idea de que sólo ciertas personas poseen la llave para entrar en el reino de la felicidad. Nadie la posee... Esa llave es el propio ser de cada uno.
Krishnamurti dedicó su vida a mostrar un camino, por donde transitar, para llegar a romper las cadenas de los condicionamientos mentales y así alcanzar la infinita libertad. Murió en Ojai, California, Estados Unidos de América, el 17 de febrero de 1986, y dejó prohibido cualquier tipo de ceremonia funeraria o culto en su nombre.

Extraído del libro: Cuando tenga tiempo, empiezo
De: Ernesto Marrero

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