Cuando las cadenas se
rompen
En la primavera de 1909, un
grupo de muchachos se bañaba alegremente en la playa de Adyar, cerca de Madrás,
en la India, en donde se ubicaba la Sociedad Teosófica. Leadbeater, quien tenía
un reconocido prestigio de poseer facultades psíquicas, logró visualizar que uno
de ellos poseía un aura hermosa, de una extensión extraordinaria y vivos colores
que, además, lograría ser con el tiempo, un prominente orador y un aclamado guía
espiritual. Este chico era hijo de un viudo empobrecido que trabajaba para la
sociedad como secretario asistente.
Jiddu Krishnamurti se llamaba
este jovencito. Tenía catorce años de edad, de aspecto torpe y una contextura
muy delgada, más bien parecía mostrar rasgos de desnutrición aunque internamente
resplandecía con la luz de una conciencia superior.
A partir de ese momento entra
al cuidado de la Sociedad Teosófica en las manos de la señora Annie Besant,
quien lo toma casi como un hijo y le otorga una educación especial, primeramente
en Adyar y más adelante en Inglaterra. Además de las materias normales, recibió
profundos conocimientos teosóficos.
Leadbeater y Besant intuyeron,
después de un tiempo, que Krishnamurti había nacido con el propósito de ser el
vehículo elegido para la encarnación de Maitreya (el nuevo sucesor de Buda). Por
lo tanto, decidieron formar una organización llamada la Orden de la Estrella del
Este, cuya finalidad sería la de canalizar el advenimiento del gran
avatar.
Todos esperaban con ansiedad
que este supremo maestro viniera a guiar el camino espiritual de muchísimas
personas, a través de un tipo de religión universal que unificara las
diferencias existentes hasta ahora. En sí, que se encargara de iluminar las
tinieblas mentales de la humanidad.
Todo se proyectaba según las
expectativas creadas, hasta que en el año 1929 Krishnamurti pronunció un
discurso inolvidable que le hizo mover el tapete a muchos, en especial, a
aquéllos que anhelaban la llegada de un maestro que, con una varita mágica,
pudiera limpiarles sus pecados y, además, llevarlos por el camino cómodo de la
salvación final. Ese día disolvió la Orden de la Estrella del Este, y declaró
que su único interés era hacer que los hombres y mujeres de este mundo
alcanzaran una absoluta e incondicional libertad mental. Explicó que no quería
pertenecer a clase alguna de organización espiritual, ya que ninguna de éstas
era capaz de conducir al hombre a su verdadera liberación.
Un silencio sepulcral se
generó dentro de los presentes; unos y otros comenzaron a verse las caras de
asombro y es en ese momento cuando les aclara su postura con precisión: La
verdad es una tierra sin caminos. No es posible acercarse a ella por medio de
ninguna religión, de ninguna secta.
El aire continuaba estático y
todos lo observaban desconcertados. Entonces Krishnamurti reafirmó con
sabiduría: Tienen la idea de que sólo ciertas personas poseen la llave para
entrar en el reino de la felicidad. Nadie la posee... Esa llave es el propio ser
de cada uno.
Krishnamurti dedicó su vida a
mostrar un camino, por donde transitar, para llegar a romper las cadenas de los
condicionamientos mentales y así alcanzar la infinita libertad. Murió en Ojai,
California, Estados Unidos de América, el 17 de febrero de 1986, y dejó
prohibido cualquier tipo de ceremonia funeraria o culto en su
nombre.
Extraído del libro: Cuando tenga
tiempo, empiezo
De: Ernesto
Marrero
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