Frases

¿Cómo te gustaría que te sorprendiese la muerte? En lo que a mí respecta, yo quisiera que me sorprendiese ocupado en algo grande y generoso, en algo digno de un hombre y útil a los demás; no me importaría tampoco que me sorprendiese ocupado en corregirme y atento a mis deberes, con el objeto de poder levantar hacia el cielo mis manos puras y decir a los dioses: “He procurado no deshonraros ni descuidar aquellas facultades que me disteis para que pudiera conoceros y serviros. Éste es el uso que he hecho de mis sentidos y de mi inteligencia […]

Epicteto

martes, 18 de julio de 2023

La Procrastinación

  



            En la actualidad se ha puesto muy de moda el termino procrastinar el cual consiste en posponer o retrasar tareas importantes para después, aunque se posea el tiempo para eso o se presente la ocasión y en muchos casos se sustituyen por otras situaciones más irrelevantes, ya sea por flojera, miedo o simplemente por el hecho de postergar las cosas para un mañana. Tal vez un mañana que nunca llegue.

La palabra "procrastinar" se origina del latín procrastinare y denota "dejar de hacer algo para mañana o para un mañana". Sus componentes léxicos son el prefijo pro, que remite a ‘adelante’, y el término crāstinus, por ‘mañana’.

Es cierto que la rutina del día a día crea una especie de adormecimiento o sonambulismo en las personas que solamente piensan en cumplir el objetivo del día y ya, al día siguiente lo mismo y así continúan este círculo vicioso, otros son arrastrados como manada que corre a ciegas para seguir a los demás, guiados por modas que, en muchos casos, lo que hacen es deteriorar a la sociedad con antivalores, en vez de reforzar sus bases con patrones constructivos. Por otro lado, se suman las exigencias y distracciones que plantean las redes sociales que, en un alto porcentaje, transmiten ideas vacías, tan solo por incentivar el espectáculo y así poder captar más likes y seguidores. Todos estos factores tienden a alejar aún más a los individuos de plantearse objetivos profundos en sus vidas de tipo existencial o de cimentar legados que ayuden a encaminar los derroteros de la humanidad, ejemplos virtuosos que ensalcen el honor y la dignidad de las personas.

En mi artículo “La muerte, una oportunidad para vivir”, hablé sobre la necesidad de tener consciencia sobre la finitud de nuestras vidas, sobre ese corto período de tiempo que estamos en este mundo, tan corto que los orientales dicen que pasa más rápido que un parpadeo del ojo de Dios; y allí expliqué: “Esta conciencia (la que entiende la finitud de nuestras vidas) nos llevará a ser menos apegados a las cosas materiales, a ser más humildes y menos arrogantes porque entendemos nuestra fragilidad, a examinar nuestro comportamiento y corregir los errores, a revisar constantemente la vida que llevamos y preguntarnos si en realidad estamos luchando por nuestros sueños, si hemos perdonado a quien deberíamos perdonar, a hacer aquello que nos llena y a dejar de perder el tiempo en cosas triviales o a estar sumergidos en la sempiterna rutina de la cotidianidad que nos conduce al adormecimiento, y termina por convertirnos en esclavos de una sociedad que se especializa en fabricar nuestros deseos y hacernos olvidar que estamos de paso por este mundo. A no dejar pasar los días como si fuéramos a vivir para siempre y a no posponer para un futuro incierto lo que para nosotros es importante ahora, y después arrepentirnos de no haberlo hecho, en otras palabras, a preguntarnos si estamos cumpliendo con la frase de Gandhi que nos invita a vivir como si fuéramos a morir mañana y a aprender como si fuéramos a vivir para siempre”.

         En este mismo sentido, tenemos la frase Carpe Diem del pensador romano Quinto Horacio Flaco, mejor conocido como Horacio, que se traduce del latín como “aprovecha el día”, expresión que también se ha puesto mucho en el tapete en estos días. En su oda número 11 verso 8, que habla sobre la inevitable muerte, nos dice Horacio: carpe diem, quam minimum credula postero, que se traduce como “aprovecha el día, no confíes en el mañana”. Aquí nos invita a reflexionar sobre nuestro tiempo presente, que en realidad es lo único que poseemos, ya que el ayer es solo un recuerdo, una experiencia y el mañana una proyección, una expectativa.

Esto nos lleva también a la confrontación entre Cronos y Kairós. El primero es el dios del tiempo, pero del tiempo lineal, cuantitativo, aquel que puede ser medido y que todo lo devora, como lo hizo con sus hijos, porque es indetenible. Él es el que nos recuerda los segundos, minutos, horas, días y siglos que transcurren en el hilo de la historia, el que se coloca del otro lado del espejo y nos muestra las marcas que la vida deja sobre nuestro rostro con el transcurrir de los años. El otro es Kairós, que es el dios de la oportunidad, la personificación de la Ocasión. Habitualmente es considerado el hijo más joven de Zeus, aunque no se conoce sobre su madre o descendencia. Es representado como un ser pequeño y calvo con un único mechón de pelo que colgaba en la parte posterior de su cabeza, si la persona era capaz de sujetarse de él en el momento preciso, le sonreía la suerte, la felicidad, pero si tardaba un solo instante más, sus manos resbalaban y perdía la oportunidad de alcanzar ese estado de plenitud. Él representa un lapso indeterminado en que algo importante sucede, son los momentos en que podemos vivir una situación o un evento y nos olvidamos de todo, es cuando se vive un presente con intensidad y el tiempo parece detenerse. Se dice que cuando Kairós se manifiesta en su totalidad vence a Cronos.

Y si solamente contamos con este presente por qué postergar tanto esas cosas relevantes que debemos solventar o materializar, esos sueños que por años hemos querido cumplir y no nos atrevemos a hacerlo.

A continuación, transcribo este apólogo titulado “Cuando tenga tiempo, empiezo”, que extraje de mi libro, con el mismo nombre, y que intenta mostrar la importancia de ejecutar hoy las tareas que nos hemos propuesto, y evitar postergarlas para después.

 

Cuando tenga tiempo, empiezo

 

Era un hombre muy ocupado. Su vida transcurría entre el tráfico, el trabajo y su familia, pero para él no tenía tiempo porque era una persona que vivía envuelta en sus ocupaciones. Nunca disponía de un espacio para hacer las cosas que en realidad le agradaban, como ir al gimnasio, continuar sus estudios universitarios, cantar en una coral y buscar su realización interior, aunque en muchas ocasiones se le presentaba la oportunidad de realizarlas y terminaba diciéndose: «cuando tenga tiempo, empiezo».

En algunas circunstancias la vida nos enseña que estamos equivocados en nuestra forma de pensar, y así sucedió en esta historia:

Ese día había sido muy estresante; en la empresa le habían dado el cargo a un compañero que acababa de terminar su carrera universitaria, pero a él no porque carecía del perfil académico exigido. De regreso a su casa visitó al médico, y éste le dijo que debía hacer ejercicios y modificar su régimen alimentario porque estaba pasado de peso y, además, tenía el colesterol y los triglicéridos demasiado elevados. Los nervios lo invadieron y entonces recordó los comentarios de unas secretarias que hablaban sobre la visita al país de un reconocido sabio, que venía a pasar unos días en la ciudad para reunirse con sus discípulos y, además, dictaría unas conferencias. En ese momento decidió ir a conocerlo.

Cuando llegó al lugar estaba vacío, pero encontró varios cojines en el suelo colocados en forma de círculo, y se sentó en uno de ellos.

«Seguro que llegué muy temprano», pensó, «esperaré a que vengan los demás… Ojalá que logre relajarme, estoy muy tenso».

Un anciano tembloroso que caminaba con un bastón se acercó:

—Disculpe, ¿puedo sentarme en esta silla? —preguntó mientras señalaba con el índice a una que estaba junto a la pared—. Es que mi cuerpo ya no da para usar un cojín, eso es para los jóvenes.

Le acercó la silla al anciano y continuaron conversando.

—Yo estoy esperando a que lleguen otros asistentes; creo que me vine muy temprano, ¿y usted?

—Sólo venía a conversar con este famoso maestro de quien me han hablado mucho —manifestó el anciano.

—¿Y tiene usted algún problema? —indagó con curiosidad.

—Es que mi cuerpo ya no responde igual —comentó con una mueca de dolor—. Pasé muchos años trabajando para tener una casa, un carro y mi familia. Nunca tuve tiempo para hacer las cosas que deseé en la vida porque estaba muy ocupado y, ahora que lo tengo porque estoy jubilado y mis hijos se casaron, ya mi cuerpo no me responde como quisiera; además, sé que la muerte me espera y por eso he venido a buscar una orientación espiritual, y así encontrar un poco de paz en mi mente.

En ese momento, él comenzó a verse reflejado en el anciano; cuando transcurrieran los años seguramente terminaría igual.

—Pasé mi vida acumulando logros materiales —continuó con el relato—, pero nunca me dediqué a elevar mi conciencia, ni a escuchar las exigencias de mi espíritu; tampoco pude hacer realidad mis sueños más profundos. Para todo tenía una excusa y así fui postergando las cosas para después, pero los años pasaron más rápido de lo que yo pensé, y ahora mi cuerpo no responde igual que antes... Siento que el final se acerca.

—Nunca es tarde señor, todavía puede hacerlo, lo importante es que ahora sí tiene tiempo —dijo el hombre para alentarlo.

—Me siento alegre porque al menos podré iniciar mi búsqueda interior, pero estoy consciente que no llegaré a la meta final porque me quedan pocos años de vida, y lo ideal es entregarse a este camino con un cuerpo fuerte y una mente lúcida… Ojalá pudiera retroceder en el tiempo y recomenzar; debí haber llevado un mayor equilibrio entre lo material y lo espiritual. Ahora entiendo que somos cuerpo y espíritu y, sobre todo, hubiese enfatizado en materializar mis sueños. La música y la pintura siempre me fascinaron, pero nunca les dediqué tiempo… siempre lo dejé para más adelante. Me pareció que tenía otras prioridades, pero ahora me doy cuenta de que todo lo que alimente el alma es necesario para conocernos internamente y alcanzar un equilibrio emocional, por eso nunca debe postergarse.

—Yo también soy así señor —confesó el hombre que hablaba con un nudo en su garganta— y usted me acaba de enseñar que debo cambiar y comenzar desde hoy a escuchar a mi corazón, porque mañana seguramente será tarde... Gracias por este mensaje.

El anciano se sonrió y, de momento, su cara tomó otro semblante; parecía que una fuerza celestial se había apoderado de él. Su espalda se enderezó, se puso de pie y dejó el bastón a un lado. Las arrugas desaparecieron de su rostro y se movió con mucha agilidad, luego se sentó en el cojín donde iba el maestro.

—Has aprendido la lección —dijo con una enorme sonrisa en los labios.

—Pe…pe…ro, ¿quién es usted? —preguntó perplejo.

—Soy el reflejo de tu conciencia y la vida te ha traído hasta aquí para que cambies. Tomé esta representación sólo para que te reflejaras en ella y empezaras desde ahora a vivir el presente, y a buscar dentro de ti tu verdadera identidad. Para todo hay tiempo en esta vida siempre que lo sepas distribuir. Los extremos te llevan al desequilibrio, el verdadero sendero es el del medio.

En ese instante comenzaron a llegar los discípulos para sentarse alrededor del supuesto anciano, quien en realidad era el sabio.

Desde ese día el hombre cambió su ritmo de vida y empezó a buscar el equilibrio entre el mundo material y el espiritual. Culminó sus estudios universitarios, entró en un gimnasio y actualmente canta en una importante coral; también entendió que la vida es transitoria, y que el proceso del autoconocimiento y la realización interior deben comenzar desde hoy.

 

Por Ernesto Marrero R.