Frases

¿Cómo te gustaría que te sorprendiese la muerte? En lo que a mí respecta, yo quisiera que me sorprendiese ocupado en algo grande y generoso, en algo digno de un hombre y útil a los demás; no me importaría tampoco que me sorprendiese ocupado en corregirme y atento a mis deberes, con el objeto de poder levantar hacia el cielo mis manos puras y decir a los dioses: “He procurado no deshonraros ni descuidar aquellas facultades que me disteis para que pudiera conoceros y serviros. Éste es el uso que he hecho de mis sentidos y de mi inteligencia […]

Epicteto

sábado, 3 de mayo de 2014

El paseante y su sombra




El año 1879 representa para Nietzsche (1844-1900) un período de retraimiento en sí mismo. Tiene treinta y cinco años y ha aceptado su destino en solitario. En Saint Moritz busca el aire limpio de las altas montañas y los más tranquilos y apartados senderos del bosque para poder deambular a gusto. En su intensa soledad, su propia sombra se erige en interlocutora de sus pensamientos y parece indicarle que para conocerse hay que desdoblarse. De esta manera el filósofo entra en estrecha comunión consigo mismo, con su sombra y con su naturaleza…
La sombra: Hace tanto que no te oía hablar que me gustaría darte ocasión.
El paseante: ¡Habla…!, ¿y dónde? ¿Y quién? Se me hace como si me oyera hablar yo, sólo que con una voz aún más débil que la mía.
La sombra (tras una pausa): ¿No te alegra tener ocasión de hablar?
El paseante: Por Dios y por todo aquello en lo que no creo, ¡mi sombra habla!; lo oigo y no lo creo.
La sombra: Aceptémoslo, y no le demos más vueltas; en una hora se habrá acabado todo.
El paseante: Justo lo que pensé cuando una vez vi en un bosque, cerca de Pisa, primero dos camellos, y más tarde, cinco.
La sombra: Está bien que los dos seamos igualmente precavidos ante nosotros mismos cuando nuestra razón se queda parada; así tampoco nos enfadamos en las conversaciones, ni le apretamos al otro las clavijas en caso de que sus palabras no suenen incomprensibles. Precisamente, cuando uno no sabe qué contestar, basta con decir algo: ésa es la justa condición que pongo para conversar con alguien. En una conversación larga, aun el más sabio se vuelve majadero de una vez o dos, y tres, un pánfilo.
El paseante: Tu suficiencia no es muy halagüeña para aquel a quien se la declaras.
La sombra: ¿Es que tengo que halagar?
El paseante: Yo pensaba que la sombra humana es su vanidad; pero ésta nunca preguntaría si tiene que halagar.
La sombra: Hasta donde la conozco, la vanidad humana tampoco preguntaría por doces veces, como he hecho yo, si tiene permiso para hablar: habla siempre.
El paseante: Ahora caigo en lo grosero que estoy siendo contigo, querida sombra: aún no he dicho ni una palabra de lo mucho que me alegra oírte, y no sólo verte. Sabrás que amo las sombras  como amo la luz. Para que haya belleza en la mirada, claridad en el hablar, bondad y firmeza en el carácter, la sombra es tan necesaria como la luz. No son rivales: antes bien se tienen amorosas de la mano, y si la luz se esfuma, la sombra se escabulle tras ella.
La sombra: Y yo odio lo mismo que tú, la noche; amo a los hombres porque son primicias de luz, y me alegra el fulgor de sus ojos cuando descubren y conocen, incansables descubridores, incansables conocedores. Esa sombra que todas las cosas muestran al caer sobre ellas el sol del conocimiento, ésa también soy yo.
El paseante: Creo que te entiendo, aunque te veo un poco oscura al expresarte. Pero tienes razón en lo que decías: los buenos amigos se cruzan por aquí o allá, como signos de inteligencia, algunas palabras oscuras que han de serle enigma a cualquier otro. Y nosotros somos buenos amigos. ¡Así que basta de preámbulos! Se agolpan en mi mente un par de cientos de preguntas, y acaso el tiempo en que puedas responder sea corto. Veamos en qué nos ponemos de acuerdo amigablemente con la mayor rapidez.
La sombra: Pero la sombras son más medrosas que los hombres ¡no le has de contar a nadie cómo hemos estado conversando!
El paseante: ¿Cómo hemos conversado? ¡Libremente el cielo de hilar largos diálogos por escrito! Si a Platón le hubiera gustado menos hilarlos, habría gustado más a sus lectores. Una conversación que en realidad hace olvidarse de todo resulta, mudada en escrito y leída, una pintura con una perspectiva lisa y llanamente falsa: donde todo es demasiado corto o demasiado largo. Aun así… ¿no podría quizás contar en qué hemos coincidido?  
La sombra: Con eso me doy por contenta; pues todos reconocerán tus puntos de vista, nada más: de la sombra no se acordará nadie.
El paseante:¡Igual te equivocas, amiga mía! Hasta ahora, en mis puntos de vista han percibido a la sombra más que a mí.
La sombra: ¿Más la sombra que la luz? ¿Será posible?
El paseante: ¡Seriedad, mi querida loca! Que mi primera cuestión ya la exige.


Fuente:
Friedrich Nietzsche
El paseante y su sombra.

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