Era una noche
parisina del mes de abril de 1645; transcurría el mandato del rey Luis XIV, cuando dos hombres mantenían una
intensa conversación acerca de la existencia de la vida más allá de la muerte.
Uno era Louis de Prat, el marqués de Précy, y el otro Charles-Pompée d’
Angennes, marqués de Pisani, quien a su vez era hijo de los marqueses de
Rambouillet.
Ambos amigos se
debatían según diversos puntos de vista, sobre la trascendencia de la conciencia
después de la muerte a un plano inmaterial o simplemente hacia la desaparición
de todo.
A sabiendas de
que en poco tiempo debían partir rumbo a la guerra y reunirse en Flandes con
los batallones del duque de Enghien, el marqués de Précy se sintió temeroso de
fallecer y permanecer como un alma errante en el campo de batalla, ya que para
él el espíritu, luego de desencarnar, se quedaba cerca de los vivos sólo que no
se le podía ver ni hablar. El marqués de Pisani, por su cuenta, argumentaba que
no creía en fantasmas y que más bien le parecía que las ánimas entraban a un
plano diferente donde olvidaban todo lo que habían vivido en la Tierra o
simplemente, al fallecer, proseguía la nada.
Al finalizar la
conversación realizaron una especie de pacto donde se juraron que el primero en
perecer en batalla, avisaría al otro de lo sucedido y así constatarían sus
puntos de vista.
Transcurrieron
tres meses y, en efecto, son llamados a combate; parte el marqués Pisani, pero
el otro permanece postrado en una cama víctima de una maligna fiebre que le
impide ir a cumplir con sus deberes.
Amanecía un 4 de
agosto y ya habían pasado algunas semanas desde la separación de los
compañeros, eran las seis de la mañana cuando las cortinas del baldaquín se
abrieron abruptamente. El enfermo, que yacía acostado, observó con asombro la
llegada de su amigo que venía vestido con ropa de camino; exaltado por la
alegría, Précy se levantó con la intención de darle un abrazo de bienvenida,
pero el otro se apartó y, con la mirada perdida, le manifestó:
— ¡No me toques,
por favor! —exclamó, mientras retrocedía
esquivándolo.
— ¡¿Qué te
sucede?!... ¿Por qué actúas así? —preguntó con asombro.
— Estoy muerto,
sólo vine para cumplir el juramento que hicimos. Ayer perdí la vida en la Batalla de Nördlingen.
— P... Pero esto
debe ser una broma, ¿verdad? —inquirió perplejo—. Si te veo delante de mí.
— No, de ninguna
manera —afirmó Pisani—. Es cierto. Sí existe otro mundo poblado de almas, pero
no puedo darte más detalles; solamente quiero prevenirte para que no lleves una
vida tan superficial y te alejes de todo tipo de conflicto bélico, porque en la
primera oportunidad te vendrá la muerte.
Précy continuó
creyendo que se trataba de una broma e intentó abrazar nuevamente a su amigo
pero, para su sorpresa, sus brazos se cruzaron en el espacio vacío sin tocar
nada material.
— Te lo
advertí... ya no poseo un cuerpo físico —dijo en tono seco.
Seguidamente el
marqués de Pisani le mostró la mortal herida con sangre reseca que le había
provocado un disparo de mosquetón en los riñones y, luego, ante sus ojos, se
desmaterializó.
El marqués de
Précy entró en una especie de crisis nerviosa y con los gritos despertó a todos
los que vivían en su residencia. Muchos trataron de explicarle que debido a la
alta fiebre, seguramente había tenido una alucinación, que se calmara y
volviera a dormir, ya que necesitaba mucho reposo para su recuperación.
Los días continuaron
su ritmo normal hasta que recibieron noticias de la guerra que le corroboraron
cada uno de los sucesos que le había narrado su fallecido amigo. Con el
recuerdo vivo de la advertencia de muerte en su cabeza, Précy tomó la
determinación de alejarse de todo conflicto armado hasta que estalló el
levantamiento civil de la Fronda; él no lo consideró un combate y por ese
motivo decidió aceptar el mando de los gendarmes del Cardenal Mazarino y, en
efecto, tal como lo había profetizado la aparición, muere en batalla el 2 de
julio de 1652.
Así se cuenta en
las Memorias del Conde César de Rochefort
publicadas en el año 1688, quien además vivía como inquilino en el palacio del
marqués de Précy y tuvo la oportunidad de estar presente el día en que
manifestó aquel ataque de nervios después de su extraña experiencia con el más
allá.
De mi libro: Y ahora... ¿Por dónde empiezo?
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