Sólo el populacho y la élite pueden sentirse atraídos por el ímpetu mismo
del totalitarismo; las masas tienen que ser ganadas por la propaganda. Bajo
condiciones del Gobierno constitucional y de la libertad de opinión, los movimientos
totalitarios que luchan por el poder pueden emplear el terror sólo hasta
un determinado grado y comparte con otros partidos la necesidad de conseguir
seguidores y de parecer plausibles ante un público que no está todavía
rigurosamente aislado de todas las demás fuentes de información.
Se reconoció temprano y se ha
afirmado frecuentemente que en los países totalitarios la propaganda y el
terror ofrecen dos caras de la misma moneda. Esto, empero, es solo cierto en
parte. Allí donde el totalitarismo posee un control absoluto sustituye a la
propaganda con el adoctrinamiento y utiliza la violencia, no tanto para asustar
al pueblo (esto solo se hace en las fases iniciales, cuando todavía existe una
oposición política) como para realizar constantemente sus doctrinas ideológicas y sus mentiras prácticas. (…)
Como los movimientos totalitarios existen en el mundo que en sí mismo no es
totalitario, se ven forzados a recurrir a lo que comúnmente consideramos como
propaganda. Pero semejante propaganda siempre se dirige a una esfera exterior,
bien a los estratos no totalitarios de la población del país, o a los países
extranjeros no totalitarios. Esta esfera exterior hacia la que se dirige la
propaganda totalitaria puede variar considerablemente, incluso después de
la conquista del poder, la propaganda totalitaria puede dirigirse a los segmentos
de su propia población cuya coordinación no ha sido seguida por un suficiente adoctrinamiento. A este
respecto, los discursos de Hitler a sus generales durante la guerra son verdaderos
modelos de propaganda, caracterizados principalmente por las monstruosas
mentiras que el Führer lanzaba a sus invitados en su afán de hacerlos suyos. La
esfera exterior puede hallarse también representada por grupos de simpatizantes
que no están todavía dispuestos a captar los verdaderos objetivos del
movimiento; finalmente, sucedía a menudo que incluso los miembros del Partido
eran considerados por el círculo interno del Führer o por los afiliados a las
formaciones de élite como pertenecientes a semejante esfera exterior y que,
también en este caso, todavía precisaban la propaganda porque no podían ser
dominados con seguridad. (…)
La propaganda es, desde luego, parte inevitable de la «guerra psicológica»,
pero el terror lo es más. El terror
sigue siendo utilizado por los regímenes totalitarios incluso cuando ya han
sido logrados sus objetivos psicológicos: su verdadero horror estriba en que reina sobre una población
completamente sometida. Allí donde es llevado a la perfección el dominio del
terror, como en los campos de concentración, la propaganda desaparece por
completo; quedó incluso enteramente prohibida en la Alemania nazi. La
propaganda, en otras palabras, es un instrumento, y posiblemente el más
importante, del totalitarismo en sus relaciones con el mundo no totalitario; el
terror, al contrario, constituye la verdadera esencia de su forma de gobierno.
Fuente: Los origenes del totalitarismo
De: Hannah Arendt