Frases

¿Cómo te gustaría que te sorprendiese la muerte? En lo que a mí respecta, yo quisiera que me sorprendiese ocupado en algo grande y generoso, en algo digno de un hombre y útil a los demás; no me importaría tampoco que me sorprendiese ocupado en corregirme y atento a mis deberes, con el objeto de poder levantar hacia el cielo mis manos puras y decir a los dioses: “He procurado no deshonraros ni descuidar aquellas facultades que me disteis para que pudiera conoceros y serviros. Éste es el uso que he hecho de mis sentidos y de mi inteligencia […]

Epicteto

viernes, 2 de agosto de 2024

La belleza efímera de la existencia: Reflexiones sobre la Impermanencia

 



 

 

“Que la muerte y el exilio, y todas las demás cosas

que parecen terribles, estén a diario ante tus ojos,

pero sobre todo la muerte; y nunca abrigarás

un pensamiento abyecto, ni codiciarás ansiosamente nada.”

 

Epicteto (55-135 d.C.), El Enquiridión

 

 

La impermanencia es un concepto clave en diversas religiones y filosofías de vida. Nos dice que todo está en constante transformación, que nada es para siempre, ya sea en relación con nuestra realidad exterior como en la interna. En la mente los pensamientos van y vienen, son cambiantes, pasa uno y luego llega otro, y cada uno de ellos produce un tipo de emoción que afecta nuestro organismo. De la misma manera, todos los objetos compuestos sufren un continuo cambio de condición y están sujetos a la decadencia y a la descomposición. Tanto el microcosmos como el macrocosmos se encuentra en un incesante cambio: el átomo, la molécula, la célula, los tejidos, los planetas, las estrellas y las galaxias, todo se forma y se destruye. Baila la vida con su indetenible danza de creación y destrucción, a la que los hinduistas le denominaban la danza del dios Shiva o danza de la dicha furiosa; en la que Shiva se representa como Nataraja, el danzante divino.

El ser humano es la única criatura en la Tierra que posee una conciencia de finitud, y de alguna manera sabe que su paso por este mundo es temporal, que tarde o temprano tendrá que abandonarlo. Decía Arthur Schopenhauer “El animal vive sin conocer verdaderamente la muerte: por eso el individuo animal disfruta inmediatamente del pleno carácter imperecedero de la especie, en tanto que solo es consciente de sí como algo sin fin. En el hombre, con la razón, comparece la espantosa certeza de la muerte.”[1] y a su vez, esto le genera una angustia existencial o tensión constante, mientras camina por la delgada cuerda de la vida, que siempre termina por romperse.

El Maha-parinibbana Sutta nos cuenta que antes de fallecer, Buda les preguntó a sus discípulos si tenían alguna pregunta para hacerle, pero ellos permanecieron en silencio, entonces el maestro les dijo: “Todas las cosas condicionadas están sujetas a desaparecer, busquen constantemente su liberación”.

Hablar de la muerte pudiera parecer deprimente, pesimista o amargo, y existe un gran número de personas que prefieren hacer justo lo contrario, aferrarse a la idea de una vida sin extinción y evitar hablar de ella; algunos juegan al escondite y hasta deciden no pronunciar su nombre para no crear un mal augurio. Para ilustrar esta idea pudiéramos hablar de Sísifo, un personaje de la mitología griega que logró burlar a la muerte en varias ocasiones. En una primera oportunidad fue llevado al Inframundo por el dios Tánatos, y allí le pidió que le enseñara a manejar las cadenas con las que sería sujetado, pero hábilmente pudo engañarlo. Con gran rapidez lo encadenó y así escapó al mundo de los vivos. Cuando le tocó morir por segunda vez le pidió a su esposa Mérope que arrojara su cuerpo a la plaza pública, y desde allí fue arrastrado por las aguas hasta las costas del río Estigia, que colindaba con el mundo de los muertos. Sísifo se acercó a Perséfone, reina del Hades, y le informó que su esposa lo había ofendido al no honrarlo con un funeral. Perséfone le concedió permiso para regresar al mundo de los vivos y escarmentarla, siempre y cuando regresara una vez terminada su labor. Como era de esperar, Sísifo rompió su promesa y se volvió a quedar, burlando nuevamente a la muerte. Pero esta vez Hermes fue a buscarlo, y se le impuso como castigo, el tener que cargar una roca por una colina, y cuando llegara a la cima la roca volvía a caer y Sísifo debía comenzar nuevamente a subir la cuesta, una y otra vez, por toda la eternidad.

Como podemos percibir en este mito, escapar de la muerte es imposible, tan solo queda aceptarla y relacionarnos con su presencia, así mismo, percibir la finitud de la vida y entender la impermenencia como un proceso que es parte de la naturaleza.

En realidad, existen numerosas razones que pueden justificar el temor a la muerte, en primer lugar, poseemos un instinto de conservación que va a luchar para que la vida continúe y evite dicho final, tenemos también el miedo ancestral a lo desconocido, a aquello que pueda existir después de esta vida, a esa experiencia oculta e inescrutable, o peor aún, a que no exista nada y tan solo desaparezca nuestra conciencia con el cerebro. Por otro lado, se encuentra el temor a las enfermedades y el sufrimiento previo al fallecimiento, también hay un rechazo a la soledad que produce la antesala de la muerte, y por último podemos hablar de la angustia de saber que nos apartaremos de nuestros seres queridos y que no podremos cumplir los planes que teníamos planteados para un futuro. Todos estos puntos son ciertos y marcan una justificación al tratar de evitar este inevitable ocaso, pero no por eso dejará de llegar, ni de sorprendernos con la partida de un ser querido. Bien lo expresó el filósofo Michel de Montaigne en su ensayo Que filosofar es prepararse para morir: “Unos vienen, otros van, trotan estos, danzan aquellos, pero de la muerte nadie nos informa. Todo es muy hermoso. Pero cuando el momento llega, a propios y extraños, a sus mujeres, hijos y amigos, los sorprende y los coge de sorpresa y como al descubierto. ¡Y qué tormentos, qué gritos, qué rabia y qué desesperación se apodera de todos! ¿Visteis alguna vez nada tan decaído, cambiado y confuso? Es necesario, por tanto, andar prevenido”[2].

No obstante, todo va a depender del enfoque que le demos al concepto de la muerte, porque lo cierto es que somos seres finitos, que estamos de paso por este mundo, y tenerla siempre presente, puede acarrear efectos muy positivos en nuestra vida. Ya lo indicó Viktor Frankl cuando nos comentó que el temor a la muerte solo puede afectar a aquellas personas que no saben cómo aprovechar el tiempo que se les concede para vivir.

El tratar de buscarle una explicación a este inevitable final, ha movido la imaginación y la investigación del ser humano para encontrarle un sentido a la vida. Debido a la muerte nacieron los primeros mitos y de aquí las religiones. El temor a los embates de la naturaleza, que en cualquier momento podían arrasar con una población ya sea por un tsunami, un deslave, un terremoto, una inundación o la explosión de un volcán, llevó a pensar que estos fenómenos se producían por el enojo de seres invisibles que castigaban a los humanos por sus malas acciones. Llevados por la intuición, y algunos por los oráculos, poseían la confianza de que estas personas fallecidas se dirigían a otros mundos inmateriales, donde vivirían según su comportamiento y por las obras plasmadas en vida (sean buenas o malas).

Vale la pena citar un ejemplo de cómo la mitología griega, de las más ricas en cuanto a mitos, trataba el tema de la muerte. Para los griegos, el dios Tánatos representaba a la muerte esperada, la que llegaba con serenidad, también era el hermano gemelo de Hipnos, el sueño, ya que al dormir la persona quedaba en un estado similar al de un cadáver. El dios Ker o las Keres, espíritus femeninos sangrientos y aterradores, se relacionaban con la muerte violenta.

Del dios Tánatos se origina la palabra “tanatología”, que es definida como el conjunto de conocimientos médicos relativos a la muerte. No obstante, partiendo del principio etimológico de esta palabra, podemos observar que Tánatos se vincula realmente con la muerte esperada, a la que llega con serenidad. Pero para el caso de la muertes violentas o inesperadas, deberíamos referirnos a las Keres o al dios Ker, por eso es importante crear una diferenciación entre estas muertes, y para esto he propuesto la palabra “kereología” o “kerelogía”, que se vincula con las muertes producidas de forma trágica o inesperada.

Siempre esta partida del mundo físico se producía por causa del inevitable destino, y este estaba regido por las Moiras, que eran tres mujeres: Cloto, Láquesis y Átropos. Cloto era la hilandera, la que hilaba la hebra de la vida, Láquesis se encargaba de medir con su vara la longitud del hilo de la existencia del mortal y Átropos era quien lo cortaba con su filosa tijera. De esta manera el alma se dirigía al Hades, región donde habitaban las almas de los difuntos. Después de pasar por el río Estigia, guiados por el viejo Caronte en su barca, llegaban a encontrarse con el furioso perro de tres cabezas llamado Cancerbero, y con tres jueces que determinarían si el cúmulo de acciones realizadas en la Tierra se inclinarían hacia el lado positivo, con lo cual se dirigirían a los Campos Elíseos o a las Islas Afortunadas, o si les tocaría descender al Tártaro, donde sufrirían penas inimaginables por sus faltas.

De la misma forma en que los mitos y la muerte caminaron de la mano con los griegos, también lo hicieron los romanos, celtas, egipcios, incas, mayas, aztecas y diversas tribus africanas, solo por mencionar algunas culturas en el hilo de la historia. Estas civilizaciones intentaban cerrar la insondable brecha que se abría entre el mundo sagrado y el mundo profano.

“El paso del mito al logos” y, en consecuencia, el nacimiento de la filosofía, también apareció como una forma de vivir en compañía de esta inevitable partida. En el Fedón, Sócrates le dice a Simmias: “los que de verdad filosofan, Simmias, se ejercitan en morir, y el estar muertos es para estos individuos mínimamente temible”[3]. Cicerón también aseveraba, de manera similar, que filosofar no es otra cosa que prepararse para la muerte.

De manera similar a Sócrates, Buda les decía a sus seguidores: “Incluso la muerte no debe ser temida por alguien que ha vivido sabiamente”. En el Sutta Satipatthana, cuando Buda se refiere a Las nueve contemplaciones del cementerio, les explica a sus discípulos: “Asimismo, monjes, cuando un monje ve un cuerpo que lleva un día muerto, o dos días muerto, o tres días muerto, hinchado, amoratado y putrefacto, tirado en el osario, aplica esta percepción a su propio cuerpo de esta manera: «Es verdad que este cuerpo mío tiene también la misma naturaleza, se volverá igual y no escapará a ello».” De esta forma, Buda continúa invitando a los monjes a que prosigan su contemplación con diferentes cuerpos en descomposición en el cementerio, unos devorados por cuervos, buitres, perros y chacales, otros por gusanos e insectos, hasta que se convierten en esqueletos. Y así los conduce hacia el contacto con una cruda realidad que, tarde o temprano, tendrá que pasarle a su organismo.

Varias escuelas griegas vivieron con la conciencia de la fugacidad de la vida, pero en especial resalta el estilo de vida de los estoicos que, dentro de sus prácticas, enfatizaron en el llamado “Memento mori”, una expresión latina que significa: “recuerda la muerte”. En este sentido, los estoicos vivían con el convencimiento de que podían fallecer en cualquier instante, y caminaban de la mano con el concepto de la impermanencia. Por eso debían aprovechar la vida en momentos sustanciosos que ayudaran a la sociedad o que les permitieran crecer internamente hasta conseguir la ataraxia, esa forma de autonomía mental que procede de la carencia de necesidades y la indiferencia ante las riquezas y bienes materiales. También es importante aclarar que la ataraxia se caracteriza por la ausencia de deseos o temores, lo cual conduce a una gran serenidad, imperturbabilidad o paz interior.

Epicteto, uno de los máximos representantes del estoicismo, junto a Séneca y Marco Aurelio, llegó a decir: “¿Cómo te gustaría que te sorprendiese la muerte? En lo que a mí respecta, yo quisiera que me sorprendiese ocupado en algo grande y generoso, en algo digno de un hombre y útil a los demás; no me importaría tampoco que me sorprendiese ocupado en corregirme y atento a mis deberes, con el objeto de poder levantar hacia el cielo mis manos puras y decir a los dioses: «He procurado no deshonraros ni descuidar aquellas facultades que me disteis para que pudiera conoceros y serviros. Este es el uso que he hecho de mis sentidos y de mi inteligencia. Además, nunca me quejé de vosotros ni me irrité contra lo que me mandasteis, fuese lo que fuese»”[4].

El Memento mori conlleva a buscar una actitud que nos impulse a tener ganas de vivir intensamente, a vivir en el presente y a aprovechar a fondo nuestro tiempo, a entender que el Titán Cronos nos está devorando desde el momento en que nacemos y que por esto debemos sentir la vida como un regalo o una bendición. En otras palabras, nos lleva a conectarnos con la expresión latina Carpe Diem, Tempus Fugit, del poeta Virgilio, que significa “aprovecha el día, el tiempo vuela” o pudiéramos decir que el tiempo huye y desaparece. Y es que los días vividos fueron momentos que quedaron en nuestros recuerdos pero que no regresarán.

Recordar que somos mortales nos da una perspectiva más realista de nuestra existencia, y nos ayuda a percibir la importancia real que tienen las cosas y situaciones que nos rodean. Las preocupaciones superficiales se posicionan en un segundo plano, dejan de afectarnos como antes y damos más importancia a materializar los sueños más profundos y a tratar de convertirnos en personas virtuosas.

Otro personaje importante dentro de la filosofía griega, que no podemos dejar de mencionar, es a Epicuro, precursor de la corriente epicureista, para quien la aceptación de la muerte era muy importante, ya que la percibía como parte de un proceso normal de la vida y decía que no le temiéramos porque mientras estemos vivos ella no está, y cuando ella llegue ya nosotros no estaremos. En una oportunidad, cuando la muerte estaba tocando sus puertas, le escribió una carta a su discípulo Idomeneo de Lámpsaco que comenzaba diciendo: “En este día feliz de mi vida, en que estoy en trance de morir, te escribo estas palabras…”[5] Toda una muestra de poseer una elevada conciencia sobre el concepto de la muerte y la temporalidad.

En el pensamiento contemporáneo de ciertas religiones y filosofías orientales encontramos, de manera similar a estas corrientes de pensamiento griego, a personas preparándose para tomar con sabiduría la inevitable transición de la muerte. En su libro Enseñanzas para morir en paz, Ramiro Calle nos cuenta una interesante experiencia: “Hace años hallé en Nepal a un viejecillo que, al atardecer, pedía unas rupias para comprar madera destinada a su propia incineración. Estaba asombrosamente tranquilo, sin perder su tenue sonrisa. Murió aquella noche y vi cómo incineraban su cuerpo al día siguiente. Puedo asegurar que ese hombre no sentía el menor temor a la muerte”[6].

Además de la Filosofía, la muerte ha servido de inspiración para la poesía, la literatura, el arte, el teatro y ciertas áreas del saber cómo la Psicología, la Psiquiatría, la Física y la Teología.

En este sentido de ideas, cabe subrayar, el aporte tan significativo que han hecho muchos médicos e investigadores en los estudios de las experiencias cercanas a la muerte (ECM), que empezaron a sonar en el año 1975 con aquel famoso libro titulado Vida después de la vida, escrito por el doctor Raymond Moody. Aunque ya para el año 1969 se había revolucionado el mundo de los cuidados a enfermos terminales con el célebre libro de la doctora Elizabeth Kübler-Ross: Sobre la muerte y los moribundos, en el que se establece el modelo Kübler-Ross, que pasará a la posteridad como las cinco etapas del duelo (negación, ira, negociación, depresión y aceptación). Estos dos pioneros, iniciaron los estudios de los relatos que contaban muchos de sus pacientes que se estaban despidiendo de este mundo y también de los que fallecían clínicamente, pero lograban regresar. Además de relatar las vivencias de estas personas, describían los cambios en su comportamiento al enfrentar este ineludible desenlace. Notaban que percibían la vida como un trayecto temporal, aprovechando al máximo cada momento. Además, experimentaban un aumento en la confianza en sí mismos y en su propósito vital, disminuía su miedo a la muerte, fortalecían su espiritualidad, sentían mayor compasión por los demás, y valoraban profundamente su existencia, mientras mostraban menor interés por las posesiones materiales.

Muchos otros investigadores han proseguido con dichos estudios para generar interesantes aportes sobre el tema, como es el caso de Pim vam Lommel, Bruce Greyson, Eben Alexander, Manuel Sans Segarra, Sam Parnia, Kenneth Ring y Peter Fenwick, solo por mencionar algunos.

Es importante señalar que años atrás, la muerte se manifestaba con una especie de ritual más íntimo, más cercano. Las personas fallecían en casa, junto a su familia, en presencia de los niños, amigos y vecinos. El acto de morir era, por tanto, un hecho asumido desde la infancia. Desde niño, se podía percibir el dolor que producía la muerte de los seres queridos y la forma en que cada uno se preparaba para morir y afrontar la última despedida. Este tipo de vivencias acercaba más a las personas al pensamiento de la muerte. Por otro lado, el tiempo de vida era más corto; y debido a esto nos encontramos en la historia con personas muy jóvenes, según nuestro concepto actual, que ya habían caminado un largo trecho de realización personal, y que habían rellenado los espacios de su vida con una cantidad de contenido sustancioso. Porque una cosa es la cantidad de tiempo que podamos vivir y otra la calidad de tiempo vivido. Ya lo aclaró Séneca en su texto Sobre la brevedad de la vida, cuando dijo: “No hay motivo para pensar que cualquiera haya vivido largo tiempo, porque le salieran las canas o porque lo veamos con la cara arrugada; este no vivió largo tiempo, sino que estuvo largo tiempo en la Tierra”[7]. Y esto es importante en la actualidad porque, a sabiendas de que la medicina ha alargado un poco más nuestro tiempo en este mundo, muchos ocultan el pensamiento de la mortalidad y postergan sueños y proyectos para después, un después que tal vez nunca llegue.

Así mismo, la cantidad de información con la que nos bombardean por las redes sociales y el internet, en general, tiende a desviarnos del autoconocimiento y del proceso de realización personal, con lo cual desperdiciamos nuestro valioso tiempo de vida en huecas rutinas que terminan por convertirnos en seres de sonrisa falsa y vacío interior. Por eso el mismo Séneca se refirió al respecto con estas palabras: “La vida es suficientemente larga y se nos ha concedido con libertad para que pudiésemos terminar las empresas de mayor importancia, si toda ella se emplease debidamente. Pero cuando se desperdicia indolentemente entre placeres y lujos, cuando se gasta en cosas inútiles, llega por fin el último momento que nos obliga a reflexionar, y entonces nos damos cuenta de que ha pasado, sin llegar a comprender cómo ha sido”[8].

Hoy solemos ver a la muerte como algo que sucede lejos de nosotros, en los hospitales, cementerios y funerarias, donde el cuerpo es maquillado y preparado en un ataúd, para luego ser enterrado o cremado y así romper lo más pronto posible con ese duro recuerdo, con esa cruda realidad. En otras palabras, es un acto frío y comercial. Si se tomara conciencia de que todos envejeceremos y, en consecuencia, moriremos en algún momento, se convertiría en una política de Estado la construcción de modernos y confortables asilos para ancianos y geriátricos gratuitos, para todos los que deseen retirarse y esperar su travesía final en este mundo. En estos lugares debería reinar la alegría, la paz y la reflexión, además de la orientación necesaria para enfrentar cualquier tipo de angustia que se presente y esperar con calma la última expiración.

Lamentablemente, la sociedad actual no está diseñada para familiarizarnos más a fondo con el concepto de la muerte, sino para evadirlo, es una actitud de rechazo y ocultación. Una visión que debería estudiarse más en las escuelas y universidades, pero el tecnicismo social, el afán de la producción mercantilista y la acumulación de bienes materiales se impone. Los gobiernos invierten millones de dólares en entrenar a ejércitos para que maten y destruyan a otras personas, en la compra o fabricación de armas de guerra, proyectiles, bombas, aviones, barcos y submarinos, cuando saben que existen millones de personas que pasan hambre, se enferman, carecen de una educación básica o viven en situaciones de miseria. Asimismo, invierten poco o nada en enseñar sobre la finitud de la vida, en la toma de conciencia sobre la importancia que posee cada ser humano en este mundo y en el aporte que este puede dar en su tiempo histórico.

Tal vez esto suene muy utópico o romántico, pero esas mismas escuelas deberían enseñar y profundizar en el concepto de la otredad, el amor y la compasión al prójimo, no como un acto religioso, sino como uno virtuoso que vaya aplacando la avaricia y el egoísmo que habita en nuestros corazones, además de otros tantos vicios que tiñen de negro este mundo. Pero en una sociedad que rinde culto al cuerpo, al hedonismo y a la vida material, es inevitable que pensemos que debemos vencer la batalla contra la vejez y la muerte para vivir una eterna juventud. Por eso queremos apartar la visión de la muerte de nuestra existencia, lo cual se convierte en una utopía que, a la larga, nos conlleva a una vida superficial, adormecida y sin sentido.

Así lo dio a entender el escritor Humberto Eco, en su artículo Baile en torno a la muerte:

(…) ¿qué les enseñamos a nuestros contemporáneos hoy en día? Que la muerte ocurre lejos de nosotros en los hospitales, que los dolientes no tienen necesariamente que acompañar al ataúd al cementerio, que ya no vemos a la muerte. O, más bien, que la vemos continuamente: personas golpeadas, baleadas o despedazadas en explosiones; hundidas en el fondo del río con los pies envueltos en concreto; tiradas sin vida en la acera, con la cabeza rodando en la cuneta. Pero ésos no son ni prójimos ni queridos: son actores. La muerte es un espectáculo; por supuesto en el cine y la televisión, pero también en la vida real. Devoramos las noticias de los medios sobre la muchacha que fue violada y asesinada, o sobre las víctimas de un asesino serial. No vemos los cuerpos torturados, pues eso nos recordaría a la muerte en sí. Más bien vemos a los amigos llorosos que llevan flores a la escena del crimen u organizan una vigilia a la luz de las velas. O, mucho más sádico, vemos a los reporteros que tocan a la puerta de una madre en duelo para preguntarle qué sintió al enterarse del asesinato de su hija. La muerte en sí se muestra sólo de manera indirecta, a través del dolor de los amigos y los padres, lo que nos afecta menos visceralmente. La muerte ha desaparecido en gran medida de nuestro horizonte de experiencia inmediato. El resultado es que habrá más gente aterrada cuando llegue el momento de enfrentarse al evento que ha sido nuestro destino desde el nacimiento. Un destino que los hombres sabios dedican toda su vida a aceptar.[9]

 

Este espectáculo, al que se refiere Humberto Eco, es algo que experimentamos a diario en nuestras vidas. Información de numerosas muertes que nos llega a través de las noticias nacionales e internacionales por los medios de comunicación, ya sea por guerras, crímenes, desastres naturales, epidemias o hambrunas. Decesos que son medidos por los periodistas o analistas especializados, como estadísticas, índices o simples porcentajes. Son números que tratan de explicar un suceso, es decir, una especie de abstracción mental que se olvida del sufrimiento que hay detrás de cada una de esas muertes. Estos cálculos matemáticos se manifiestan hasta que muere un familiar o un ser querido muy cercano, entonces el dolor muestra el verdadero rostro del ser humano. En su libro El hombre y la muerte, el filósofo francés Edgar Morín nos explica: “El dolor provocado por una muerte no existe más que cuando la individualidad del muerto estaba presente y reconocida: cuanto más próximo, íntimo, familiar, amado o respetado, es decir «único» era el muerto, más violento es el dolor; sin embargo, poca o ninguna perturbación se produce con ocasión de la muerte del ser anónimo, que no era «irremplazable»”[10].

Es necesario que el tema de la impermanencia sea abordado de una manera abierta por las diferentes ramas del pensamiento, y digo de manera abierta, porque la sociedad busca tapar el sol con un dedo, o escupirle al sol como Narciso, para tratar de esconder a la muerte de nuestro lenguaje cotidiano hasta que la realidad venga a visitarnos y nos abra los ojos, aunque sea por corto tiempo, y luego el sistema nos absorba nuevamente.

Así lo expresó el poeta Luis Enrique Mármol, con su poema Todos iban:

Todos iban desorientados
perseguían un objetivo próximo;
unos iban a su trabajo,
otros al trabajo de otros…
Los ojos errantes y vagos,
hacia la mancha de los pinos
cruzó indolente un enlutado…
──¿A dónde vas?
──No sé ──me dijo.
Todos iban desorientados,
y el enlutado hacia sí mismo!

 

Nuestro pensamiento autónomo se encuentra envuelto por un sistema social que nos fabrica los pensamientos y los deseos. Somos pensados por este sistema que nos adormece con su rutina cotidiana, manejados por ejes de poder que quieren tratarnos como simples marionetas o títeres, y así nos crean pseudo-responsabilidades, placeres superfluos, novedades, modas y tendencias que nos atrapan en una especie de bucle, que se repite y se vuelve a repetir.

Necesitamos sociedades menos obsesionadas con el materialismo y más comprometidas con la importancia de la conciencia, la moral y la ética, como pilares fundamentales para construir entornos más humanos; donde la solidaridad, el altruismo, la humildad, el honor, la dignidad, la compasión y en general la virtud, emerjan como los principios rectores de los ciudadanos. Sociedades que entiendan al dinero como un complemento importante en la vida, ya que su función es de lubricar la economía, pero no es un fin en sí mismo. En donde prevalezca el ser sobre el tener y sobre la apariencia; en las que se utilicen a las redes sociales como espacios educativos para cultivar valores y medios para difundir información a nivel global, en lugar de convertirse en simples plataformas de entretenimiento, algunos triviales y otros muy ridículos, por cierto, centrados básicamente en la búsqueda de seguidores o likes. Sociedades que nos enseñen a ser responsables de nuestro momento histórico, al cual todos debemos aportarle, porque somos parte de una generación que moldea los preceptos sociales que se delegarán a la posteridad.

La existencia se presenta como un viaje incierto y efímero, quizás una travesía que, al igual que la de Odiseo, debemos atravesar con sus múltiples experiencias, dificultades, aventuras y enseñanzas. Es un camino, marcado por las diferentes etapas que nos presentan los años, una vereda llena de contrastes, donde nos aguardan paisajes idílicos y desafiantes obstáculos. En este vaivén de luces y sombras, es crucial emplear las mejores habilidades que poseemos para sobrevivir y, al mismo tiempo, comprometernos con nuestro momento histórico, mientras exploramos nuestro ser en búsqueda de crecimiento y superación personal.

En el poema Impermanencia, de mi libro: El tiempo y su legado, expreso este paso por la senda de la vida y las huellas que, ineludiblemente, todos dejaremos al final de la travesía, ya sean trascendentes o irrelevantes, buenas o malas. Aquí un extracto del mismo:



Pasan los años, y la ola del tiempo avanza
sobre el océano de la incertidumbre.
Pasan días, meses, años y centurias
y la esfinge del destino se presenta indetenible.
Pasa la primavera, el verano, el otoño y el invierno,
brilla el sol y luego se oculta, las hojas se secan y caen
y una brisa helada empaña nuestros corazones.
Pasa la infancia, la juventud y llega la vejez con sus dolencias
llega la piel resquebrajada y las mejillas flácidas
la visión nublada y la espalda encorvada
llega el cansancio y los lamentos pretéritos
… llega el final de la jornada
 
Pasa una existencia, una vida que se extingue como una llama
una vida que se desliza hacia el laberinto de la eternidad…
Y quedarán marcadas sus huellas en el polvo de la historia:
inseguras o firmes, ligeras o pesadas, falsas o sinceras.
Y quedará, tal vez, una imagen, un suspiro o un triste mausoleo
 
Todo, todo pasa en esta vida
… solo quedan los recuerdos

 

Vencer a la muerte es una utopía, a unos le toca partir jóvenes y a otros más viejos, pero, en definitiva, a todos nos toca partir de este mundo. Con razón dice la Biblia: “Pues polvo eres, y al polvo volverás”[11]Por eso el tener a la muerte como una aliada en la vida, tal vez como una amiga que nos recuerde constantemente que estamos de visita en este mundo, puede convertirse en una gran oportunidad para vivir. Esta conciencia nos llevará a ser menos apegados a las cosas materiales, más humildes y menos arrogantes, porque entendemos nuestra fragilidad, a examinar nuestro comportamiento y corregir los errores, a hacer aquello que nos llene y dejar de perder el tiempo en cosas triviales por estar sumergidos en la sempiterna rutina de la cotidianidad que nos conduce al adormecimiento, y nos lleva a comportarnos como zombis en una sociedad desorientada. A no dejar pasar los días como si fuéramos a vivir para siempre y a no postergar para un futuro incierto y vacilante, lo que para nosotros es importante ahora. En otras palabras, a preguntarnos si estamos cumpliendo con la emblemática frase del Mahatma Gandhi que nos invita a vivir como si fuéramos a morir mañana y a aprender como si fuéramos a vivir para siempre.

Comprender el concepto de la impermanencia puede tener profundas repercusiones en nuestra percepción de la existencia y en la relación que mantenemos con el mundo que nos rodea y con nosotros mismos. Al aceptar la transitoriedad de todo, podemos cultivar una mentalidad de desapego, equilibrio emocional y compasión. Asimismo, podremos abrazar el cambio como una parte inherente y natural de la vida, incentivándonos a vivirla con plenitud y agradecimiento, así como a desarrollarnos como individuos más genuinos, conscientes de nuestra finitud y de la libertad que en ella habita.



Por: Ernesto Marrero R.

Nota: El presente ensayo será también el prefacio de mi próximo libro: Fragmentos de Impermanencia.

   

 




[1] Schopenhauer, Arthur. El mundo como voluntad y representación, Vol II. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2005. p. 446

 

 

[2] Montaigne. Ensayos escogidos. Madrid: Edaf, 2010. p. 59

[3] Platón. Diálogos I. Barcelona: Biblioteca básica Gredos. 2000

[4] Epicteto. Máximas. Buenos Aires: Losada, 2007. p. 121

[5] Mosterín Jesús, Helenismo. Madrid. Alianza Editorial., S.A. 2007. p. 57

[6] Calle Ramiro, Enseñanzas para morir en paz. Madrid. Ediciones Jaguar, S.A. 2001. p. 79

[7] Séneca. Sobre la felicidad, Sobre la brevedad de la vida. Madrid: Edaf, 2008, p. 157

[8] Ibid.,p. 138

[9] Eco, Umberto. Baile en torno a la muerte. Diario en línea Infobae. 2012 https://opinion.infobae.com/umberto-eco/2012/12/07/baile-en-torno-a-la-muerte/index.html

 

[10] Morín Edgar. El hombre y la muerte. Barcelona: Editorial Kairós, 1974, p. 31

[11] Génesis 3: 19

domingo, 30 de junio de 2024

Afrontar la vida con Filosofía

 

Interesante entrevista sobre la vida y el tiempo que tenemos para vivirla. Un análisis con muchos aspectos interesantes de la Filosofía




miércoles, 9 de agosto de 2023

De investigador a investigado


La información y los mensajes que la señora Eleonor Piper recibía desde el mundo de los espíritus parecían incuestionables. El parapsicólogo de origen australiano Richard Hodgson, estaba empecinado en comprobar que aquella mujer era una farsante. Debía desenmascararla y demostrar que se trataba de una embaucadora, así como lo había hecho con otros supuestos médiums. Estaba convencido de que ella fingía sus estados de trance y que, por lo tanto, aquellas manifestaciones paranormales no eran más que una vil trampa.

 Se dedicó a investigarla a fondo mediante el uso de detectives privados que interceptaron su correspondencia y la vigilaron en las reuniones que sostenía fuera de la casa, también infiltró muchos participantes para que la desacreditaran en las sesiones que realizaba. Pero, a pesar de todo ese minucioso trabajo, se le hizo imposible detectar anomalías, no podía probar que eran falsas las informaciones que ella recibía a través de las comunicaciones con los difuntos. Ante aquel fracaso sólo se limitó a lanzar una arrogante afirmación:

 Hasta ahora no puedo comprobar absolutamente nada, pero deben confiar en mí, porque todavía falta mucho por investigar.

 No obstante a su insistencia por querer demostrar que aquella comunicación con los espíritus era una invención de la mente de ella, comenzó a sospechar que posiblemente tenía un enorme potencial de telepatía y que por eso podía leer la mente de los participantes. Esta posibilidad le llevó a concebir la idea de que el Dr. Phinuit, el espíritu control que se comunicaba por medio de señora Piper, fuese una creación de su inconsciente que le servía de pretexto para leer los pensamientos de los asistentes y acertar en tantos mensajes que transmitía.

 El Dr. Phinuit no puede identificar claramente quien era él en la vida terrenal, ni puede responder ciertas preguntas de filosofía aseveró Hodgson en una ocasión—, por lo tanto dicho personaje tiene que ser una invención de su inconsciente… Phinuit no existe realmente.

 Las investigaciones prosiguieron y se acentuaron aún más, pero al final los hechos terminaron por doblegarle aquella imagen de piedra que lo revestía de verdugo implacable y tuvo que aceptar que aquel contacto con el más allá era verdadero. En un informe que redactó a la Sociedad para la Investigación Psíquica, explicó detalladamente que había estado equivocado en sus aseveraciones previas y que en definitiva daba por hecho la existencia de la vida póstuma y la posible comunicación de los espíritus a través de esta médium.

 Ya no tengo dudas de que las personalidades que se comunican a través de la señora Piper son en realidad quienes dicen ser —acotó con firmeza—. Son almas que han sobrevivido a la transición que nosotros llamamos muerte.

 A mediados de 1905 a Richard Hodgson le realizaron una entrevista sobre las investigaciones que llevaba acerca de la señora Piper, y en una pregunta sobre la tesis que sostenía acerca de la telepatía en las comunicaciones, respondió:

 —Luego de haber sometido a verificación mis dos hipótesis: la de la telepatía y la del espíritu; no dudo en afirmar, que la hipótesis del espíritu es la que más se justifica por los resultados tan contundentes que se han obtenido.

 Al final del cuestionario le preguntaron si tenía algo más que agregar. A lo que respondió, después de dibujar una sonrisa confiada en su rostro que acompañaba al brillo de sus ojos:

 —Sí… quisiera agregar algo: No puedo esperar a morir.

 En efecto sus deseos fueron cumplidos porque El 20 de diciembre de ese mismo año sufrió una insuficiencia cardíaca mientras jugaba al balonmano y falleció con apenas 50 años de edad. Ahora le correspondía experimentar personalmente si existía la vida en el más allá o si por el contrario le esperaba la nada eterna.

Transcurrió un tiempo desde su deceso, hasta que en una sesión mediumnica se comunicó a través de la misma señora Piper. Para su propio asombro, algunos de los presentes pensaron que esa comunicación no era totalmente convincente y más bien se mostraron dudosos. El filósofo e investigador norteamericano William James manifestó al respecto:

 Sí, posiblemente se trate de nuestro amigo Hodgson, pero en realidad no estoy totalmente seguro.

  Ante la duda presentada en los que estaban en la sesión, el mismo Hodgson respondió:

 —Pues si yo no soy Richard Hodgson, entonces Richard Hodgson jamás existió.

 Paradójicamente, ahora le tocaba a él ser víctima del escepticismo de los investigadores con los que compartió en su vida terrenal, quienes dudaron que aquella manifestación espiritual pudiera ser verídica, a ellos más bien les parecía un acto telepático de la señora Piper.

 Cabe destacar, que años después se sigue debatiendo sobre la veracidad de las comunicaciones con el mundo de los espíritus de esta médium, que para muchos fue una astuta embaucadora, pero para otros fue una de las mejores en su oficio.

Por: Ernesto Marrero R

09 de agosto de 2023


   

El lenguaje de la vida

 












He tenido la necesidad de escribir estas experiencias, que a lo mejor muchos habrán vivido, y que seguro han creado una serie de inquietudes en muchos lectores, los cuales llegarán a familiarizarse con este ensayo.

Me encontraba almorzando con un hermano, al que le comenté que pensaba escribir una historia, que iba a tratar sobre una religión africana que se había sincretizado con los indígenas y el catolicismo. En ese instante él me comentó que acababa de conocer a un sacerdote que profesaba una religión brasileña, la cual combinaba las características africanas con las indígenas y católicas. Bien, hasta allí solo me pareció interesante la coincidencia, pero cuando le comenté que en mi relato pensaba ubicar el templo, o lugar de culto de estos grupos, en un sector preciso de la ciudad de Caracas, él me comunicó que exactamente allí se reunían ellos. Para mí en ese momento se acabó la casualidad para convertirse en un suceso especial.

Al día siguiente encontré una revista que tenía días buscando por la casa, pero no la hallaba, hasta que esa mañana mi esposa la ubicó en una bolsa cerca del lavandero y me la entregó, entonces elegí uno de los tantos artículos que estaban disponibles y comencé a leerlo. Hablaba sobre una mujer llamada Silvia, casada, de treinta y cuatro años de edad y dos hijos, la cual se encontraba deprimida. Me encontraba imbuido en la lectura, hasta que apareció mi esposa y le pregunté qué estaba haciendo, a lo que me respondió:

            —Estaba hablando con mi amiga Silvia, hoy está cumpliendo treinta y cuatro años, pero la sentí un poco deprimida, a lo mejor es que sus dos hijos estaban discutiendo, y esta situación la puso así, me imagino que su esposo había salido y estaba sola con ellos.

Entonces le mostré el artículo que comenzaba con esa misma descripción y quedó atónita.

Luego comencé a leer un texto de filosofía, para un artículo que tenía que preparar, y la cuerdita que tenía para marcar las paginas no apareció, por lo que busqué el primer marca libros que encontré; éste pertenecía a un libro que había escrito hace algunos años: Una luz en el camino, el cual tenía un pensamiento extraído de su contenido, y decía:

 

Despégate de la ilusión de lo que ves

y conocerás el mundo de lo no visto,

sólo así podrás entender que la muerte

es cambiar, pero nunca desaparecer.

 

 El mensaje era interesante, y a cualquiera le hubiera parecido algo normal leerlo, la única diferencia es que a mí se me había muerto un tío el día anterior.

 A muchos de nosotros nos han pasado sucesos que nos causan asombro, pero que tal vez lo tachamos de hecho curioso. Estamos pensando en una persona y, justo en ese momento, recibimos una llamada telefónica suya, o de pronto nos acordamos de alguien que hace mucho tiempo no tenemos en mente, y entonces lo encontramos en la calle. Para explicar estos sucesos tendríamos que apartar la palabra casualidad que hace alusión a una situación no prevista ni buscada, a lo azaroso. Para un suceso que no puede hallarse una explicación lógica o racional sería conveniente utilizar el término que aplicó el famoso psicólogo suizo Carl Jung de acausalidad.

Al término acausal se le antepone el sufijo “a” que indica oposición, carencia o privación de algo; es decir, privación de una causa identificable. Se utiliza para describir eventos que no poseen una causa aparente.

Jung acuña el término sincronicidad como un principio de conexión acasual, donde eventos internos (psicológicos) y externos (físicos), se relacionan sin una condición causal directa. Además, este suceso posee un significado profundo para la persona que lo experimenta. Este concepto se distingue del sincronismo que se define como la ocurrencia simultánea de dos sucesos o más, y se refiere a un término más técnico que describe la coordinación temporal de acciones o eventos. Puede ser utilizado como sinónimo de concordancia, coincidencia o simultaneidad. 

En su obra Crítica a la razón pura, Immanuel Kant nos habla sobre el fenómeno y el noúmeno. Para este filósofo, el fenómeno es la apariencia del mundo que percibimos a través de nuestros sentidos. Según él, todo lo que conocemos y experimentamos es a través de los fenómenos, y esta información se encuentra limitada por nuestras facultades cognitivas o sentidos. Por otro lado, el nóumeno es la "cosa en sí", es la realidad que existe independientemente de nuestra percepción. Kant argumenta que los noúmenos son incognoscibles para nosotros, ya que nuestras capacidades cognitivas no pueden acceder a ellos directamente. Es como hablar de la “realidad última” en la filosofía oriental, principalmente en el hinduismo, el jainismo y el budismo, y el concepto de “Maya[1]”, que nos nubla la visión y nos envuelve en un mundo ilusorio, en una especie de sueño del cual debemos despertar, y no quedarnos volcados hacia lo externo, hacia el mundo material. Solo al romper el “velo de Maya” y experimentar un estado de iluminación (samadhi o nirvana), podremos entender la apariencia de los fenómenos y palpar la realidad última.

Bajo estos conceptos kantianos y orientales, podemos deducir que la dificultad para descifrar el lenguaje de la vida se debe a la limitación de nuestros sentidos corporales, en otras palabras, por nuestra restringida percepción de la conciencia. Entendiéndose a la conciencia, como la percepción que tenemos de nuestro entorno o de nosotros mismos.

Desde el punto de vista de la filosofía, el lenguaje de la vida abarca la manera en que interpretamos nuestra existencia, la búsqueda de sentido y la influencia del lenguaje en nuestra percepción del mundo. Cada individuo debe crear sus propias interpretaciones de su existencia a través de un proceso de autoconocimiento y reflexión que le lleve a elegir las decisiones más coherentes y acertadas, a través del criterio, el discernimiento y la intuición.

Sobre la intuición en la filosofía quisiera aclarar que, aunque para muchos filósofos puede considerarse subjetiva y debería someterse a un escrutinio crítico, también hay que resaltar que a través de los años ha sido valorada por muchos pensadores, ya que esta es capaz de proporcionar un conocimiento inmediato y profundo (el nous platónico)[2], más allá de la lógica, que puede servir como base para el razonamiento y la argumentación, en diversos campos filosóficos. Además, es esencial para poder descifrar este complejo lenguaje con el que nos habla el universo.

La vida puede hablarnos y tratar de comunicarse con nosotros de diferentes maneras. Por ejemplo, en el ámbito de la bilogía genética, el ADN es considerado un lenguaje de la vida, ya que éste se encuentra presente en las células, y es el material hereditario que almacena toda la información genética que la célula necesita para su reproducción. Esta aseveración es cierta, pero también existen otros tipos de lenguajes o códigos por descifrar.

El universo con sus millones de estrellas y planetas, es un libro abierto esperando a ser leído. Los fenómenos como la telepatía, la clarividencia, las experiencias cercanas a la muerte (ECM), la mediumnidad, la intuición y la sincronicidad, forman una manera de comunicación, muchas veces incomprendida o misteriosa, en la que se conjugan diversas condiciones energéticas para hablarnos y darnos pistas del camino a seguir en la vida. Aunque en ocasiones podemos sentir que navegamos en una balsa por el mar de las dudas y de los cuestionamientos sin un puerto claro a dónde llegar. Son corrientes del pensamiento metafísico que nos llevan a explorar la naturaleza de la mente, el ser, el alma, la existencia y el universo que nos rodea, para tatar de comprender sus misterios.

Así lo hicieron Arthur Schopenhauer y Eduard Von Hartmann que, desde un pensamiento filosófico metafísico, expusieron ideas para tratar de explicar este tipo de fenomenología. Por su parte, Shopenhauer veía los fenómenos paranormales, como la telepatía y la clarividencia, como manifestaciones de la Voluntad. Esa Voluntad metafísica que tanto desarrolló en su filosofía y que todo lo creaba y todo lo destruía, motor de lo existente y causa del dolor universal. Una fuerza irracional e inconsciente que subyace a todos los fenómenos, la realidad nouménica kantiana. En su libro Parerga y Paralipomena, llegó a decir: “quien ponga en duda hoy en día los hechos del magnetismo animal y de clarividencia no ha de ser tachado de incrédulo, sino de ignorante”. Por otro lado, Von Hartmann escribió un librito titulado: El espiritismo (Der Spiritismus), donde expone los fundamentos que explican estos fenómenos espiritualistas, bajo los principios de su filosofía: “lo absoluto del inconsciente”.

Investigadores y escritores de la talla de Oliver Lodge, William Crookes, William James, Emmanuel Swedenborg, Thomas Alva Edinson, J.J Thompson, John Logie Baird y Alfred Russell Wallace, entre muchos otros, estudiaron diversos fenómenos paranormales y dejaron sus opiniones al respecto.

Tal vez la física cuántica sea una de las herramientas que posee la ciencia actual para intentar dar una explicación a estos tipos de fenómenos. Por otro lado, los estudios que están realizando muchos médicos, y otros científicos, acerca de las experiencias cercanas a la muerte (ECM), sobre aquellas personas que fallecen clínicamente y luego son revividas con diversas maniobras médicas y cuentan las experiencias que vivieron en esos minutos “fuera de su cuerpo físico”, también nos brindan algunas luces ante los misterios que encierra la muerte y el mundo del espíritu, que no podemos percibir con nuestros sentidos corporales. 

Tagore dijo en una oportunidad: Leemos mal el mundo, y decimos luego que nos engaña. Es cierto, diariamente tenemos una hoja escrita frente a nuestros ojos, indicándonos el camino a seguir, pero normalmente estamos imbuidos en la rutina cotidiana, que nos nubla nuestra visión y evita que ese mundo interno armonice con el que se ubica afuera y podamos encontrar así un estado de equilibrio. Es nuestra responsabilidad prestar atención al diálogo que la vida puede ofrecernos diariamente, y tratar de interpretarla para acercarnos cada día más a la Verdad, aquella que Jesús nos instó a conocer para llegar a abrazar la libertad.

1ra. Edición: Caracas, 22 de septiembre de 2007

Por: Ernesto Marrero Ramírez.

Publicado en la Revista Vida Alternativa

Reeditado el 2 de agosto de 2024




[1] Maya es definida como ilusión, una imagen irreal del mundo fenoménico que percibimos a través de nuestros sentidos. Este espejismo les hace creer a las personas que la materia percibida es real, cuando solo se trata de una imagen temporal e imperfecta.

 

[2] En la filosofía de Platón, el nous es la parte más elevada y divina del alma, responsable del conocimiento directo e intuitivo de las Ideas o Formas. Este conocimiento se logra a través de la nóesis, un tipo de conocimiento puro y elevado que permite al alma captar las ideas sin necesidad de razonamiento discursivo, es una forma de intuición que trasciende el pensamiento lógico y analítico. 












martes, 18 de julio de 2023

La Procrastinación

  



            En la actualidad se ha puesto muy de moda el termino procrastinar el cual consiste en posponer o retrasar tareas importantes para después, aunque se posea el tiempo para eso o se presente la ocasión y en muchos casos se sustituyen por otras situaciones más irrelevantes, ya sea por flojera, miedo o simplemente por el hecho de postergar las cosas para un mañana. Tal vez un mañana que nunca llegue.

La palabra "procrastinar" se origina del latín procrastinare y denota "dejar de hacer algo para mañana o para un mañana". Sus componentes léxicos son el prefijo pro, que remite a ‘adelante’, y el término crāstinus, por ‘mañana’.

Es cierto que la rutina del día a día crea una especie de adormecimiento o sonambulismo en las personas que solamente piensan en cumplir el objetivo del día y ya, al día siguiente lo mismo y así continúan este círculo vicioso, otros son arrastrados como manada que corre a ciegas para seguir a los demás, guiados por modas que, en muchos casos, lo que hacen es deteriorar a la sociedad con antivalores, en vez de reforzar sus bases con patrones constructivos. Por otro lado, se suman las exigencias y distracciones que plantean las redes sociales que, en un alto porcentaje, transmiten ideas vacías, tan solo por incentivar el espectáculo y así poder captar más likes y seguidores. Todos estos factores tienden a alejar aún más a los individuos de plantearse objetivos profundos en sus vidas de tipo existencial o de cimentar legados que ayuden a encaminar los derroteros de la humanidad, ejemplos virtuosos que ensalcen el honor y la dignidad de las personas.

En mi artículo “La muerte, una oportunidad para vivir”, hablé sobre la necesidad de tener consciencia sobre la finitud de nuestras vidas, sobre ese corto período de tiempo que estamos en este mundo, tan corto que los orientales dicen que pasa más rápido que un parpadeo del ojo de Dios; y allí expliqué: “Esta conciencia (la que entiende la finitud de nuestras vidas) nos llevará a ser menos apegados a las cosas materiales, a ser más humildes y menos arrogantes porque entendemos nuestra fragilidad, a examinar nuestro comportamiento y corregir los errores, a revisar constantemente la vida que llevamos y preguntarnos si en realidad estamos luchando por nuestros sueños, si hemos perdonado a quien deberíamos perdonar, a hacer aquello que nos llena y a dejar de perder el tiempo en cosas triviales o a estar sumergidos en la sempiterna rutina de la cotidianidad que nos conduce al adormecimiento, y termina por convertirnos en esclavos de una sociedad que se especializa en fabricar nuestros deseos y hacernos olvidar que estamos de paso por este mundo. A no dejar pasar los días como si fuéramos a vivir para siempre y a no posponer para un futuro incierto lo que para nosotros es importante ahora, y después arrepentirnos de no haberlo hecho, en otras palabras, a preguntarnos si estamos cumpliendo con la frase de Gandhi que nos invita a vivir como si fuéramos a morir mañana y a aprender como si fuéramos a vivir para siempre”.

         En este mismo sentido, tenemos la frase Carpe Diem del pensador romano Quinto Horacio Flaco, mejor conocido como Horacio, que se traduce del latín como “aprovecha el día”, expresión que también se ha puesto mucho en el tapete en estos días. En su oda número 11 verso 8, que habla sobre la inevitable muerte, nos dice Horacio: carpe diem, quam minimum credula postero, que se traduce como “aprovecha el día, no confíes en el mañana”. Aquí nos invita a reflexionar sobre nuestro tiempo presente, que en realidad es lo único que poseemos, ya que el ayer es solo un recuerdo, una experiencia y el mañana una proyección, una expectativa.

Esto nos lleva también a la confrontación entre Cronos y Kairós. El primero es el dios del tiempo, pero del tiempo lineal, cuantitativo, aquel que puede ser medido y que todo lo devora, como lo hizo con sus hijos, porque es indetenible. Él es el que nos recuerda los segundos, minutos, horas, días y siglos que transcurren en el hilo de la historia, el que se coloca del otro lado del espejo y nos muestra las marcas que la vida deja sobre nuestro rostro con el transcurrir de los años. El otro es Kairós, que es el dios de la oportunidad, la personificación de la Ocasión. Habitualmente es considerado el hijo más joven de Zeus, aunque no se conoce sobre su madre o descendencia. Es representado como un ser pequeño y calvo con un único mechón de pelo que colgaba en la parte posterior de su cabeza, si la persona era capaz de sujetarse de él en el momento preciso, le sonreía la suerte, la felicidad, pero si tardaba un solo instante más, sus manos resbalaban y perdía la oportunidad de alcanzar ese estado de plenitud. Él representa un lapso indeterminado en que algo importante sucede, son los momentos en que podemos vivir una situación o un evento y nos olvidamos de todo, es cuando se vive un presente con intensidad y el tiempo parece detenerse. Se dice que cuando Kairós se manifiesta en su totalidad vence a Cronos.

Y si solamente contamos con este presente por qué postergar tanto esas cosas relevantes que debemos solventar o materializar, esos sueños que por años hemos querido cumplir y no nos atrevemos a hacerlo.

A continuación, transcribo este apólogo titulado “Cuando tenga tiempo, empiezo”, que extraje de mi libro, con el mismo nombre, y que intenta mostrar la importancia de ejecutar hoy las tareas que nos hemos propuesto, y evitar postergarlas para después.

 

Cuando tenga tiempo, empiezo

 

Era un hombre muy ocupado. Su vida transcurría entre el tráfico, el trabajo y su familia, pero para él no tenía tiempo porque era una persona que vivía envuelta en sus ocupaciones. Nunca disponía de un espacio para hacer las cosas que en realidad le agradaban, como ir al gimnasio, continuar sus estudios universitarios, cantar en una coral y buscar su realización interior, aunque en muchas ocasiones se le presentaba la oportunidad de realizarlas y terminaba diciéndose: «cuando tenga tiempo, empiezo».

En algunas circunstancias la vida nos enseña que estamos equivocados en nuestra forma de pensar, y así sucedió en esta historia:

Ese día había sido muy estresante; en la empresa le habían dado el cargo a un compañero que acababa de terminar su carrera universitaria, pero a él no porque carecía del perfil académico exigido. De regreso a su casa visitó al médico, y éste le dijo que debía hacer ejercicios y modificar su régimen alimentario porque estaba pasado de peso y, además, tenía el colesterol y los triglicéridos demasiado elevados. Los nervios lo invadieron y entonces recordó los comentarios de unas secretarias que hablaban sobre la visita al país de un reconocido sabio, que venía a pasar unos días en la ciudad para reunirse con sus discípulos y, además, dictaría unas conferencias. En ese momento decidió ir a conocerlo.

Cuando llegó al lugar estaba vacío, pero encontró varios cojines en el suelo colocados en forma de círculo, y se sentó en uno de ellos.

«Seguro que llegué muy temprano», pensó, «esperaré a que vengan los demás… Ojalá que logre relajarme, estoy muy tenso».

Un anciano tembloroso que caminaba con un bastón se acercó:

—Disculpe, ¿puedo sentarme en esta silla? —preguntó mientras señalaba con el índice a una que estaba junto a la pared—. Es que mi cuerpo ya no da para usar un cojín, eso es para los jóvenes.

Le acercó la silla al anciano y continuaron conversando.

—Yo estoy esperando a que lleguen otros asistentes; creo que me vine muy temprano, ¿y usted?

—Sólo venía a conversar con este famoso maestro de quien me han hablado mucho —manifestó el anciano.

—¿Y tiene usted algún problema? —indagó con curiosidad.

—Es que mi cuerpo ya no responde igual —comentó con una mueca de dolor—. Pasé muchos años trabajando para tener una casa, un carro y mi familia. Nunca tuve tiempo para hacer las cosas que deseé en la vida porque estaba muy ocupado y, ahora que lo tengo porque estoy jubilado y mis hijos se casaron, ya mi cuerpo no me responde como quisiera; además, sé que la muerte me espera y por eso he venido a buscar una orientación espiritual, y así encontrar un poco de paz en mi mente.

En ese momento, él comenzó a verse reflejado en el anciano; cuando transcurrieran los años seguramente terminaría igual.

—Pasé mi vida acumulando logros materiales —continuó con el relato—, pero nunca me dediqué a elevar mi conciencia, ni a escuchar las exigencias de mi espíritu; tampoco pude hacer realidad mis sueños más profundos. Para todo tenía una excusa y así fui postergando las cosas para después, pero los años pasaron más rápido de lo que yo pensé, y ahora mi cuerpo no responde igual que antes... Siento que el final se acerca.

—Nunca es tarde señor, todavía puede hacerlo, lo importante es que ahora sí tiene tiempo —dijo el hombre para alentarlo.

—Me siento alegre porque al menos podré iniciar mi búsqueda interior, pero estoy consciente que no llegaré a la meta final porque me quedan pocos años de vida, y lo ideal es entregarse a este camino con un cuerpo fuerte y una mente lúcida… Ojalá pudiera retroceder en el tiempo y recomenzar; debí haber llevado un mayor equilibrio entre lo material y lo espiritual. Ahora entiendo que somos cuerpo y espíritu y, sobre todo, hubiese enfatizado en materializar mis sueños. La música y la pintura siempre me fascinaron, pero nunca les dediqué tiempo… siempre lo dejé para más adelante. Me pareció que tenía otras prioridades, pero ahora me doy cuenta de que todo lo que alimente el alma es necesario para conocernos internamente y alcanzar un equilibrio emocional, por eso nunca debe postergarse.

—Yo también soy así señor —confesó el hombre que hablaba con un nudo en su garganta— y usted me acaba de enseñar que debo cambiar y comenzar desde hoy a escuchar a mi corazón, porque mañana seguramente será tarde... Gracias por este mensaje.

El anciano se sonrió y, de momento, su cara tomó otro semblante; parecía que una fuerza celestial se había apoderado de él. Su espalda se enderezó, se puso de pie y dejó el bastón a un lado. Las arrugas desaparecieron de su rostro y se movió con mucha agilidad, luego se sentó en el cojín donde iba el maestro.

—Has aprendido la lección —dijo con una enorme sonrisa en los labios.

—Pe…pe…ro, ¿quién es usted? —preguntó perplejo.

—Soy el reflejo de tu conciencia y la vida te ha traído hasta aquí para que cambies. Tomé esta representación sólo para que te reflejaras en ella y empezaras desde ahora a vivir el presente, y a buscar dentro de ti tu verdadera identidad. Para todo hay tiempo en esta vida siempre que lo sepas distribuir. Los extremos te llevan al desequilibrio, el verdadero sendero es el del medio.

En ese instante comenzaron a llegar los discípulos para sentarse alrededor del supuesto anciano, quien en realidad era el sabio.

Desde ese día el hombre cambió su ritmo de vida y empezó a buscar el equilibrio entre el mundo material y el espiritual. Culminó sus estudios universitarios, entró en un gimnasio y actualmente canta en una importante coral; también entendió que la vida es transitoria, y que el proceso del autoconocimiento y la realización interior deben comenzar desde hoy.

 

Por Ernesto Marrero R.