Son pocos los investigadores que han dedicado su vida a la búsqueda de una respuesta convincente al proceso de la muerte, pero una mujer cambió radicalmente este concepto y abrió así una brecha para empezar a descifrar el misterio... “Estábamos en espera del ascensor y, al abrirse la puerta, apareció una mujer. No lo podía creer: era casi transparente y flotaba en el aire, a la vez que se sonreía conmigo como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo.
Mi compañero, que no podía verla, se asombró al observar la expresión de mi rostro y seguramente pensó que me estaba volviendo loca, porque le indiqué que ella se acercaría a mí cuando él entrara en el ascensor para marcharse. En efecto, así sucedió:
—Doctora, he tenido que volver —me manifestó la misteriosa mujer—. ¿Le importaría si fuéramos a su despacho?
—¡Señora…Schwartz! —exclamé impresionada—. ¡¿Es usted?!
La señora Schwartz había fallecido diez meses antes y, desde luego, ya estaba bien enterrada. Sin embargo, se encontraba allí, exactamente a mi lado.
—Doctora Ross, he tenido que regresar por dos razones —dijo claramente—. La primera, para agradecerle a usted y al reverendo Gaines todo lo que hicieron por mí; y la segunda ha sido para decirle que no debe renunciar a su loable trabajo sobre la muerte y la forma de morir. Todavía no… ¿me oye? Su labor acaba de comenzar y nosotros le daremos la ayuda necesaria.
—Sí... la escucho —fue la única expresión que pudo brotar de mis temblorosos labios.
Después de dejar escritas unas palabras de agradecimiento en un papel, desapareció misteriosamente”.
Esta experiencia fue narrada por la doctora Elisabeth Kübler-Ross*, médica psiquiatra suizo-estadounidense que sentó las bases de los modernos cuidados de enfermos terminales, además de aportar interesantes estudios sobre las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM). Nació en Zurich, Suiza, en el año 1926 y a los 31 años se graduó en medicina en la universidad de su ciudad natal.
Elisabeth desafió a su padre, Ernest Kübler, al responderle con un «no gracias», cuando éste le propuso que se fuera a trabajar con él en su oficina, ya que necesitaba una asistente eficiente e inteligente, y que además cuidara los intereses familiares. Ella estaba convencida que no había nacido para laborar en una oficina, aunque fuera de su papá.
Hubiera preferido realizar labores de servicio doméstico, antes que declinar ante su vocación hacia la medicina.
Lo más importante para ella era encontrarle sentido a la vida y lo decía muy en serio, tanto, que orientó todas sus energías para demostrar la existencia de la vida después de la muerte.
Cuando todavía era una estudiante de medicina, visitó algunos campos de exterminio nazi tras la guerra y vio algo que le impactó de tal manera, que la marcaría para el resto de su vida. A partir de allí se dedicó, en cuerpo y alma, a crear una nueva cultura sobre la muerte.
Con asombro observó en las paredes de las barracas donde los judíos esperaban su turno para morir, que los más pequeños, que ni siquiera poseían creencias religiosas, habían dejado plasmado sus sentimientos de forma muy diferente a los adultos, con respecto a lo que les esperaba después de esta existencia; no como el final, sino como un proceso de cambio o transformación, mediante la elaboración de dibujos con formas de orugas que se convertían posteriormente en mariposas.
Difícilmente aceptamos la realidad de la muerte como lo hizo la doctora Kübler-Ross, quien dedicó muchos años de su vida al estudio de aquélla. Normalmente preferimos evadir esa realidad, aunque tarde o temprano tengamos que enfrentarla. El caso de Elisabeth fue diferente; a pesar de todos los rechazos, burlas, indiferencias y escepticismos por parte de muchas personas y de la mayoría del gremio médico, no se dio por vencida y prosiguió con su ideal sin importarle las opiniones externas.
Terminó por enfrentar a su propia muerte con la misma valentía que le hizo sentir a los moribundos que ayudó con su trabajo. Para ella la muerte era sólo un paso a otro tipo de vida, y hubiera querido que la despidieran con una fiesta donde todos celebraran de la mejor manera posible, ya que le había tocado partir al mundo de los espíritus, y allí se sentiría libre y apartada de las ataduras de la materia.
Así, en el año 2004, en Arizona y luego de haber sufrido varios infartos, a los 78 años falleció o realizó su anhelada transición (como llamaba ella a la muerte), rodeada de sus seres queridos; pero lo más excepcional fue su entierro donde un rabino pronunció el responso, una india americana la purificó con humo para su viaje y un monje tibetano recitó textos del Bardo Thödol o libro tibetano de los muertos. Además, había un llamativo letrero con un mensaje especial: Bienvenida Elisabeth Kübler-Ross.
Extraído del libro: Cuando tenga tiempo, empiezo
De: Ernesto Marrero R.
www.ernestomarrero.com
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